El 28 de abril de 2015 la presidenta Bachelet anunció a la opinión pública el inicio de un proceso constituyente inédito en el país; invitó a todas las fuerzas políticas a unirse en pos de redactar una nueva carta fundamental.
Algunos ilusionados, organizamos encuentros constituyentes, los que por cierto, fueron descalificados por una derecha dura y arrogante. Cuestionaron la representatividad, la pertinencia, que los chilenos están preocupados de otras cosas, acusaron que la redactarían los mismos politiqueros de siempre, etcétera. En fin, esas clásicas patrañas del terror. Sin embargo, la derecha bloqueó la posibilidad de seguir adelante con un proceso que era limpio, abierto, de cara al país y altamente participativo.
Con el triunfo de Piñera, fue el propio Chadwick que se rio socarronamente cuando le preguntaron si el gobierno continuaría el proceso iniciado por su antecesora. Ingenua y torpemente, Piñera creyó que su caudal electoral se debía a que los electores habían preferido un programa de derecha. Lo dijimos en su momento, en electorados líquidos la gente en vez de votar, en realidad veta, pero no veta las demandas sociales implementadas por Bachelet sino la dimensión de esos estándares de justicia social, sin embargo tenía la esperanza de ampliar sus condiciones de consumo, crecimiento y empleo, lo que también hizo que la Nueva Mayoría despojada y absurdamente avergonzada de los estándares de la antigua Concertación, construyera un relato sólo desde la invalidez del electorado. Peña lo dice mejor que yo.
Este Gobierno, no entendió ninguna de ambas partes de esa aspiración ciudadana, por cierto. Y por eso 18 meses después, tras una serie de declaraciones patéticamente torpes, rimbombantes y ofensivas de cuando ministro estuviera en el gabinete, llega la gran movilización social de octubre del año pasado, dejando perplejos a todos en la clase política pero sobre todo a Piñera que desde entonces dejó de gobernar para seguir a la deriva en su mar de confusiones y esquizofrenias.
No digan "nadie se dio cuenta”, porque fuimos muchos los que advertimos la crisis que se venía, es cuestión de leer las columnas, artículos, libros completos donde se abordaba el problema; de hecho, la sola invitación que hace Bachelet esa tarde de abril de 2015 es la mejor demostración que no todos estaban ciegos frente a lo que realmente había que hacer.
Por eso, a pocos días de este extraordinario e inédito momento democrático de nuestro país, más allá de los vociferantes de siempre, los ultras de un lado y otro, los maximalistas que creen en el dogma de la verdad propia única indisoluble y excluyente, pongan el grito en el cielo por su arrogancia moral buscando el enfrentamiento y no el diálogo, permitiendo que las masas violentas se apropien del proceso, o rechazando lo que es obvio, lo que la inmensa mayoría quiere, hago un homenaje a quienes convencidos de su compromiso democrático, supieron interpretar los desafíos ciudadanos, a la presidenta Michelle Bachelet, que más allá de los errores propios y ajenos de su mandato, fue valiente al proponer al país un proceso institucional participativo para generar una Constitución que represente a todos los chilenos.
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