No quiero Mega Puerto, quiero Mega Trato. En los noventa la manufactura de harina de pescado y su putrefacto hedor que llamábamos “olor a progreso”, en el 2009 la construcción de un Centro Comercial-Casino en el corazón de Puertecito, en el 2010 el Decreto 130 del ministerio de Transporte bloquea el acceso a la playa de Llo-Lleo y hoy el Mega Puerto, hitos con un denominar común, la promesa incumplida de desarrollo para los habitantes de San Antonio.
El principal puerto de Chile, el décimo a nivel Latinoamericano es paradojalmente el número 69 en calidad de vida.
La pestilencia cesó, el recurso se agotó, los fierros oxidados de las pesqueras abandonas permanecen como esculturas a las políticas extractivitas, el Mall obstruyó completamente la vista al Pacífico, el progreso nunca llegó. La ciudad de San Antonio es la externalidad negativa constante, en un deja vu de carencia y cesantía, como si fuéramos protagonistas de nuestro propio capítulo de Dark, atrapados en un bucle temporal.
Mención aparte merecen los reparos ecológicos al mega puerto. A grandes rasgos se requiere el relleno de lo que los san antoninos conocemos como Ojos de Mar, tres lagunas artificiales formadas en la década del treinta por acción humana, hoy ricas en biodiversidad.
En respuesta, ocho organizaciones han solicitado que el proyecto sea retirado del sistema de impacto ambiental o se finalice de forma unilateral por la autoridad, dado que la información sometida a análisis estaría subvalorando impactos significativos de su ejecución.
Lo mismo habría pasado con el Mall. Parece ser que entre la quimera de la bonanza y el fantasma de la cesantía, no hay donde perderse. Precisamente San Antonio ha sido de forma fluctuante puntero en aquellos indicadores. En 2005 la cesantía alcanzó al 17% coincidente con el agotamiento de la albacora[1], a principios de este año la cifra llegó al 11,2%. El Mega Puerto renueva la promesa del empleo, en máxima capacidad operará con más de dos mil trabajadores, este es el ofertón de la década.
Ante esta supuesta modernización, surge una pregunta. ¿Qué rol jugarán las empresas públicas en el desarrollo de los territorios en los cuales se insertan y que rol tendrá la sociedad civil en la planificación de cómo nos desarrollamos y en definir a qué llamamos modernización?
Sobre todo considerando que el triunfo incontestable de la opción Apruebo ha ratificado el rediseño del pacto social y en consecuencia del modelo de desarrollo.
El Mega Puerto en este escenario debe ser una incubadora de nuevo trato, de modo que las exigencias de mayor bienestar expresadas en la calle se materialicen. Es hora de demostrar a la ciudadanía que la demanda del estallido social se entendió, que la elite tecnócrata despertó junto con Chile y que comprar conciencias con la cancha o la sede social ya no es suficiente, cualquier intervención sobre el territorio debe impactar positivamente y de forma estructural cómo viven las personas que lo habitan, no solo generar utilidades para alguna persona jurídica nacional o extranjera, este orden de ideas debe aparecer como un mandato de actuación en la nueva Constitución.
Es dable pensar que en un sistema de gobiernos locales de mayor democratización, obras de esta envergadura no se materializarían sin un plan serio de empuje de la calidad de vida de los locales, cuya interfaz Puerto- Ciudad sea cincuenta y cincuenta.
Me gustaría ver a los artistas de San Antonio compartiendo clínicas con los más excelsos en sus respectivas disciplinas, a los profesores en pasantías en el extranjero, a la vanguardia científica del mundo exponiendo en el gimnasio Montemar, porque los países que avanzan invierten en personas.
Estas líneas no son para aquellos que se oponen al proyecto sus razones tienen. Estas líneas están dirigidas a los entusiastas, a los convencidos, la invitación es a no vender la tierra por cristales, a ser escépticos a no olvidar el pasado.
Porque si realmente somos accionistas en esta sociedad ciudad-puerto, puestos en la mesa grande que toma las decisiones los san antoninos habríamos negociado un mejor trato.
[1] De Mar y Tierra, tesis Romina Flores Reyes 2006.
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