En su cadena nacional el Presidente dijo “que la enfermedad se ha ido extendiendo desde sectores más acomodados hacia sectores más vulnerables de nuestra sociedad” y siendo cierta esta aseveración, es cierto también que esto lo hemos venido anunciando hace semanas, tanto alcaldes y alcaldesas como representantes de la sociedad civil.
No faltó quien murmurara que había cierta satisfacción o deseo oculto de que la pandemia se agravara, o se acusara de obstruccionismo a quienes advertían que la situación era y sigue siendo grave. Nada enseña mejor que la realidad. Hoy se ve con meridiana claridad, que siempre ha estado presente en nuestros deseos, prevenir dolores innecesarios, prevenir que la enfermedad la sufran con mayor rudeza y la paguen con más penuria los pobres y la clase media; las y los adultos mayores, el mundo de los y las trabajadores, los de siempre.
Hoy corresponde insistir en que las cifras agregadas que se entregan por parte del ministerio de Salud esconden una realidad que día a día enfrentamos en el territorio, y que no es otra que aquella que muestra como el efecto de la pandemia está azotando con mayor fuerza a las comunas con mayor población vulnerable y que ello implica, en la realidad, que hay más contagios y mayor tasa de letalidad, allí donde nuestro modelo ha segregado a los más vulnerables.
En nuestra comuna, la tasa de test positivos supera el 80% y la tasa de letalidad está lejos de estabilizarse, mostrando cifras que más que duplican las del sector oriente de la capital.
La televisión ha mostrado profusamente como, en un país centralizado como el nuestro, lo único que se está descentralizando es la enfermedad, con miles de vehículos saliendo del área metropolitana. En este contexto el ministerio de salud nos dice que debemos controlar la aplicación de test a 20 diarios, como máximo, lo que evidentemente tendrá un efecto en la estadística de contagios, aplanando administrativamente la curva, pero aumentando la curva de impresión con la cuál se toman las decisiones para combatir la epidemia.
Todo esto es un riesgo, y por cierto que se puede comprender que en este escenario se comentan errores, lo que sería incomprensible es que se persista en no hacer las cosas distintas a como se han venido haciendo.
El Gobierno nos llama a la unidad para combatir la epidemia sanitaria y a la generación de un nuevo pacto social para mitigar el impacto social de la crisis económica. Somos los primeros disponibles para aceptar ese llamado y esperamos que incorpore a todos los actores sociales y políticos.
De nada servirá un llamado a dedo, a conveniencia. Se necesita un diálogo que permita generar una estrategia efectiva para contener la enfermedad y sus efectos más dolorosos, sobre todo acá, en los territorios, donde la desigualdad agrava los efectos de la crisis y donde se juega la altura moral de nuestra sociedad y de nuestra democracia.
Si no somos capaces, como país, de dar la lucha contra el COVID con solidaridad y dignidad, evitando que las cifras sigan mostrando la inequidad territorial y socioeconómica, entonces no hay espacio para hablar de nuevo pacto, sino el mismo de siempre, aquel donde el costo lo pagan los y las trabajadoras, las y los pobres, las mujeres, los adultos mayores, sería un pacto antiguo y entre unos pocos… El de la desigualdad.
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