Mucho se ha dicho sobre la importancia de la música en el proceso formativo de las personas. Desde las primeras etapas de nuestra vida se considera que la audición musical y la práctica instrumental son actividades que contribuyen a desarrollar una gran cantidad de habilidades.
Por ejemplo, aquellas ligadas al desarrollo de la comunicación temprana entre la madre o padre con su bebé, expresadas en la transmisión de apego y seguridad por medio de la entonación de una canción de cuna, o en el fomento de la memoria al recordar las canciones de la infancia. A
sí mismo, cuando el ser humano es capaz de alcanzar objetos y experimentar con los movimientos, desarrollamos creatividad al comprobar que somos productores del sonido.
Posteriormente, en una etapa un poco más avanzada, el aprender a tocar un instrumento musical promueve, entre muchas otras cosas, el establecimiento de hábitos de estudio.
Es decir, la exigente habilidad física/mecánica necesaria para ejecutar un instrumento es un proyecto que se construye a largo plazo, lo que va en dirección opuesta a la lógica de lo inmediato que caracteriza a nuestros tiempos. Y así, un sinfín de cosas… la seguridad en el hecho de plantarse en un escenario, la solidaridad y compañerismo si se toca en una banda u orquesta juvenil, aprender a oír al otro, a respetar los turnos, etc.
Todo esto que he señalado hasta este momento creo que no es ninguna novedad.
Sin embargo, existe otro aspecto menos común sobre el cual me gustaría llamar la atención: la música nos ayuda a construir sensibilidad. Nos transforma en seres proclives a emocionarnos y a sentir admiración por la belleza. Los artistas del romanticismo del siglo XIX lo tenían muy claro: entre todas las artes, la música, dada su naturaleza abstracta, era el mejor medio para conocer la dimensión sublime de las cosas.
Este último atributo me parece que es tan importante como todas las otras habilidades sociales y comunicativas que describí en un inicio. La música nos hace personas sensibles y contemplativas, algo generalmente extraño en la construcción social y cultural generada por el modelo económico predominante.
Si ponderamos todo lo anterior, resulta desalentador comprobar el estatus actual de la educación musical en el contexto educativo de nuestro país.
En estos días, la música ocupa un lugar irrelevante entre el abanico de asignaturas que componen el currículum académico. Generalmente, y aquí quisiera destacar a los notables maestros que pese a la gran cantidad de trabas y contras se esfuerzan por traspasar el conocimiento y la pasión por la música a sus estudiantes, el ramo de música en el contexto educativo es una asignatura de perfil menor.
La razón es porque se considera que los conocimientos y habilidades que entrega no resultan prácticas para el adecuado desenvolvimiento de los sujetos en el entorno laboral actual.
Frente a esta situación tenemos dos opciones. Por una parte, podemos esperar que los espacios de la disciplina crezcan en el contexto educativo, lo que conduciría a un mejor posicionamiento de la música en el medio.
Quizás, tarde años en cambiar, pues debe modificarse el eje de la sociedad en su conjunto para comenzar a valorar en su justa medida la dimensión artística que compone la actividad humana.
Mi propuesta es no esperar este cambio, sino que nosotros mismos producirlo, desde cualquiera sea nuestra posición y conocimiento respecto a la música.
Inculquemos a nuestros hijos el amor por este arte. Esto me parece que es un ejercicio muy sencillo y que no necesita de nada más que decisión.
Nunca como antes la disponibilidad de medios para la reproducción musical (de toda índole) fue tan grande como ahora. En nuestros celulares está contenida la historia de la música a un click.
Enséñele a su hijo a reconocer instrumentos (no es difícil diferenciar un piano de una trompeta, ¿o sí?), siga ritmos básicos, baile, cante, imite a los artistas… para esto no se requiere haber pasado por un conservatorio de música por ocho años.
Comparta con su hijo la dimensión emotiva de la música, genere lazos. Esta educación/juego, no por nada la palabra inglesa para tocar un instrumento hace referencia al juego, le entregará una de las mayores y más misteriosas satisfacciones que puede dar…la posibilidad de ser sensible a la música. Ese es un gran regalo.
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