Gloria

Luego de visionar la última película de Sebastián Lelio, “Gloria” no pude evitar recordar un filme de los albores ochenteros dirigido por John Cassavetes, que por cosas del mágico azar lleva el mismo título.

En ese filme la actriz Gena Rowlands interpreta a una mujer perteneciente al mundo de la mafia neoyorkina, la que repentinamente y motivada por un instinto atávico debe proteger a punta de balazos como una leona enrabiada, a un niño que debe ser asesinado, a como dé lugar, por parte de sus colegas mafiosos. Se conecta y renace en un impulso maternal dormido y negado hasta ese momento en ella, y convierte a ese niño desvalido en su motor de sobrevivencia en medio de su vida sometida y miserable.

En la Gloria chilena de 2013, vemos a una mujer que bordea los 60 años, Paulina García, brillante y valiente en su interpretación, que siente el deber de proteger, a como dé lugar, a esa niña palpitante, juguetona, deseosa y bailarina que asoma libre en su corazón y que no la quiere abandonar. Debe protegerla de las amenazas de su entorno que la tienen cercada.

La gélida soledad de su habitación luego de 10 años de divorcio, las erráticas vidas emocionales de sus hijos, un glaucoma que amenaza con invalidarla, un vecino esquizoide cuyos terroríficos gritos nocturnos la hacen cubrirse con las sabanas como un pequeña asustada, las familiares sobremesas etílicas plenas de comentarios vacíos, estériles e inútiles acerca de las demandas sociales indignadas de las cuales ella no es parte ni participa, sus energías están puestas en evitar que esas amenazas la empujen a asumir que las puertas del otoño de su vida debe cerrarlas para abrir las del invierno.

Pero la autocompasión y el patetismo no están en ella, tiene muy claras las cosas que le gustan seguir haciendo en la vida para mantener viva a esa niña impregnada en su carne. Le gusta salir a bailar y a emborracharse en fiestas para la tercera edad.

Encontrará conversación, baile, sexo casual y gozoso pero también amor problemático, encontrará a un tipo Rodolfo, (interpretado por Sergio Hernández) personaje que provocará una colisión frontal entre el aguante al fracaso y la desilusión de la mujer que realmente es Gloria y la niña que necesita del romanticismo y de la lúdica necesaria para alimentarse y así seguir agazapada habitando dentro de ella.

Sebastián Lelio sabe cómo entender a Gloria y como llevarnos de la mano en su íntimo viaje de 90 minutos. Es capaz de enfocarla e iluminarla desde ángulos que sorprenden, sabe cuando develar la dulzura de su rostro como también su dureza, sabe cuando protegerla, como vestirla y cuando desnudarla, cuando mostrarla tierna y dócil y cuando como un animal. Nos sumerge en su intimidad con un montaje sin concesiones, brillante resulta como por elipsis, pasa de la añeja estridencia fiestera a la violenta y drástica soledad de su habitación.

Notables son los símbolos inquietantes y lúdicos que utiliza el director. Un gato sin pelo raro y feo, el que ajeno y furtivo penetra una y otra vez en el departamento de Gloria. El rifle de paintball, solución teatral para que Gloria extermine en un acto de cannabica psicomagia al amante falso, llorón y mentiroso.

Todos en este filme anhelan y buscan un trocito de felicidad razonable.

A pesar de las mentiras, las verdades solapadas, las resacas violentas, los amaneceres en calidad de basura a la orilla del mar, aturdida de sexo exprés y anónimo, Gloria comprenderá que la existencia no la puede jubilar ni menos caducar, que su cuerpo su cabeza y sus deseos desplegarán al final su más hermoso plumaje para permanecer abiertos, y así seguir bailando hasta que se acabe la fiesta.

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