Los parlamentarios RN Cristóbal Urruticoechea y Harry Jürguensen han sorprendido con una singular propuesta de reforma constitucional, que busca prohibir la utilización del lenguaje inclusivo en la educación. En palabras de Jürguensen, "prohíbe la subversión del lenguaje, modificando el carácter de las palabras cambiando las letras 'a', 'e', 'o', por la letra 'x'. Prohíbe cambiar la esencia de las palabras, como por ejemplo la palabra 'todos', por la palabra 'todes'"
Aunque se trata de un ejercicio parlamentario que no tiene ninguna viabilidad, más aún en vísperas del inicio de la Convención Constituyente, cabe preguntarse por el sentido de este tipo de propuestas. No cabe más remedio que remitirse a las propias palabras de los diputados, que señalan que esta práctica lingüística "tiene un carácter político, impulsado por una ideología perversa del neofeminismo", que busca "manipular" el lenguaje como un arma "para instalar una lucha ideológica".
Inevitablemente recordé las palabras introductorias a "Gender and Discourse" de Deborah Tannen, publicadas en 1994: "Adentrarse en la investigación del género es como entrar en un torbellino. Qué significa ser hembra o macho o como hablar con el otro (o con el mismo) género, son cuestiones cuyas respuestas afectan en carne viva a la gente, y cuando se toca un nervio, la gente chilla. Sin embargo, tengo la esperanza de que a través del estruendo pueda oírse la investigación intelectual erudita y pueda establecerse el diálogo entre investigadores, incluso entre los que han ingresado en la habitación del intercambio de conocimientos por puertas correspondientes a disciplinas distintas".
Han pasado 27 años y este diagnóstico permanece. La relación entre género y lenguaje sigue irritando a algunas personas, sigue mordiendo un nervio que hace chillar. Y la respuesta de Tannen sigue vigente: a pesar del estruendo no hay otra forma de analizar el lenguaje como sistema que partir de la investigación erudita, interdisciplinar, que permita ir "más allá de la oración", como suele decir la lingüística. En otros términos, asumir que las estrategias discursivas son también estrategias de dominación, y por eso el examen crítico de las operaciones del estilo conversacional en la interacción entre los géneros puede ayudar a explicar cómo la dominación se crea realmente en la interacción.
Afortunadamente, la lingüística contemporánea es descriptiva y no normativa, y las antiguas policías del lenguaje han quedado condenadas a los museos del pensamiento. Lamentablemente, Urruticoechea y Jürguensen viven en una circunstancia vital que les imposibilita responder a estos cambios más que con las armas impotentes de la represión penal. Pero su irritabilidad lo único que logra es confirmar lo que Deborah Tannen y los estudios interdisciplinares de género anticiparon hace décadas.
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