Hace veinte años fue cerrada definitivamente la última de las minas de carbón de Lota.
El presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle puso su firma al documento que ponía fin definitivo a la actividad de uno de los yacimientos que contribuyeron a la pujanza económica que vivió Chile a partir de mediados del siglo XIX.
La producción de carbón, que era destinada principalmente al abastecimiento de los barcos que estaban obligados entonces a cruzar el estrecho de Magallanes, se multiplicó a medida que se extendían las redes ferroviarias por el territorio. El uso del producto para echar andar las máquinas y la proliferación de industrias dispararon la demanda.
La explotación de las minas permitió la concentración de enormes fortunas, al mismo tiempo que los trabajadores, mucho de ellos provenientes del campo o de zona mapuche, no se beneficiaban de igual modo de esa riqueza. El reparto era dispar.
Mucho se ha escrito del auge y caída de los yacimientos carboníferos de la zona sur. Pero nunca hasta ahora (aunque puedo equivocarme) se había puesto la música y la danza al servicio de la historia de quienes trabajaron, nacieron y crecieron con el corazón en un hilo a la espera que el grisú asesino no hiciera aparición y cegara vidas en el fondo de la mina.
Sin contar las secuelas que el polvo y la humedad hacían mella en los cuerpos de los mineros. Muchos de ellos obligados al retiro definitivo o una muerte prematura.
Pablo Fernández Embrujo, chileno, bailaor de flamenco y coreógrafo, con una brillante trayectoria en nuestro país y en España, está a punto de estrenar en Madrid, Lota, las mujeres del carbón. Una obra que se divide en tres actos y en los que a ritmo de flamenco y con movimientos y cadencias muy chilenas también, cuenta la historia de esas heroínas anónimas que vivían la zozobra de esperar cada día el regreso de su marido, hermano o hijo tras una larga jornada a cientos de metros bajo el mar.
Fernández Embrujo cuenta que la idea de esta pieza que fusiona lo jondo con el lamento y el sufrimiento callado de las mujeres chilenas del sur nació tras conocer casualmente en Madrid a Olaya, una joven nacida en Lota, y que le contó la cercanía, la solidaridad, el afecto y los fuertes lazos que se forjaban a nivel de comunidad y que se rompieron cuando se produjo la crisis sin retorno que culminó con el cierre de los yacimientos de carbón.
Esta conversación llevó al bailaor a consultar documentos, audiovisuales, que le ayudaron a conocer desde diversas ópticas la vida de los habitantes de Lota. Así supo de una gran marcha de mineros y sus familias que recorrieron los 40 kilómetros que separan Lota de Concepción y en la que hubo muestras de solidaridad y también represión.
Lota, las mujeres del carbón recurre a composiciones de Violeta Parra para reflejar la vida de las lotinas. En el primer acto se muestra la vida en comunidad y al mismo tiempo la soledad interior, las frustraciones y el machismo del que son víctimas.
En el segundo acto se escenifica una leyenda que cuenta la historia de La Tacón Alto, una mujer a la que habrían enterrado viva.
En el tercer acto, en el que el bailaor Fernández Embrujo es protagonista, se denuncia y se satiriza el comportamiento de políticos que prometen soluciones y que se inhiben o cambian de opinión en momentos de tomar decisiones. Un final que se ajusta a la realidad de lo ocurrido hace 20 años.
El bailaor dice que escenificar esta historia tan chilena mediante el baile flamenco no es tan complejo como parece. Asegura que si algo caracteriza a esta expresión artística es su carga de emotividad superior, lo que también se encuentra en las canciones de Violeta Parra.
El taconeo, dice el bailaor, llama a la tierra. Es telúrico y visceral. Y los brazos que se elevan invocan la fe, lo sublime. Violeta fue eso y más.
El elenco que interviene en esta obra está compuesto por diez personas y es la culminación de ensayos diarios durante dos meses. El mayor trabajo para Fernández Embrujo ha sido misturar el ímpetu, la fuerza de las bailaoras españolas con el candor y sinuosidad que caracteriza al movimiento de un baile chileno.
Destaca en el grupo la voz o el cante de Paulina de Pietri. Una chilena que según el bailaor “es toda una revelación”.
A la incuestionada trayectoria desarrollada en Chile por Fernández Embrujo, y que se traduce en premios importantes, se añaden en la difícil y competitiva España logros relevantes.Sus coreografías Flamenco de ida y vuelta, Lorca es flamenco, que representó en el afamado Café de Chinitas de Madrid y que próximamente volverá a llevar a Chile, han merecido elogios de los críticos y destacados flamencos.
El montaje de Lota, las mujeres del carbón ha sido posible por una subvención otorgada por el Teatro de Canal de Madrid, que se ocupa de aquellas compañías emergentes relevantes y con más proyección. La compañía Embrujo fue elegida entre ellas.
En un año que se recuerda a Violeta Parra en su centenario, este trabajo de Pedro Fernández Embrujo encaja como anillo al dedo en los actos oficiales que se programan en España. Y más todavía, poder ser vista en Chile…y en Lota.
Las canciones de nuestra recordada cantautora, con acento y sentimientos muy flamencos, ponen a prueba la capacidad de los que promueven nuestra cultura en el mundo para reconocer que el mestizaje no es ajeno a Chile.
Lota, las mujeres del carbón así lo demuestra.
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