¡No hay derecho!

En Chile cuando una persona estalla ante los abusos alega ¡No hay derecho! Si una actriz y directora como Claudia Di Girólamo tiene que luchar contra los exorbitantes precios de las comisiones de autor actuales, invoca también el ¡No hay derecho! La artista decidió entonces trabajar una obra clásica, sin royalty, y gracias a ello podemos asistir a una "Medea" encabritada, con la misma fuerza como ella la interpretó alguna vez bajo la dirección de Andrés Pérez.

Con "No hay derecho" el Centro GAM se llena de las iras de Francisca Gavilán, como la sacerdotisa traicionada por "Jasón", en un enorme desafío de interpretación para vestir la piel de una de los paradigmas femeninos más bastos del mito griego.

La puesta en escena nos ingresa al auditorio en medio de nieblas, hacia una escenografía moderna y minimalista. Todo transcurre en los desequilibrios de una gradería de teatro clásica, gobernada por una línea de neón azul que oficia de horizonte. Posee además un interesante trabajo de espejos e iluminación, en los cuales Gavilán junto a Francisca Medina y Freddy Araya nos partan en dos, para esta tragedia escrita por Eurípides.

La iluminación de Cristián Reyes nos lleva a noches, penumbras, truenos, luces de dulzura, soles de determinación y focos centrales para esta "Medea", quien no renuncia a la ira por la traición fría de su esposo. El vestuario moderno de los actores, ideado por Loreto Monsalve, permite apreciar a una sacerdotisa en la plenitud de su belleza y sensualidad, con vestido negro ceñido y tacones, mientras en el hijo abunda en la sencillez de sus formas.

"Jasón" viste traje como un frío corredor de la bolsa, como gerente de sus propios intereses, de ésos sin empatía cuando dejan de pagar las contribuciones o despiden trabajadores. Hay una música muy cercana a los golpes del silencio, antes de la tormenta. "Medea" no es una mujer común y cometerle esta infamia atroz no saldrá gratis, así las melodías de suspenso y misterio lo irán confirmando.

La actuación protagónica de Gavilán es prodigiosa y nos recuerda los acordes interpretados por Di Girólamo alguna vez en esas ropas. Una voz al máximo en la furia, una declamación llevada a las fronteras y al servicio de una performance sin descanso ni pausa. Como la masculina Claudia Di Girólamo en "La tempestad" de Shakespeare, versión Juan Radrigán.

Toda la dirección, utilería, vestuario e iluminación en "No hay derecho" es contemporánea, no obstante, esta edificada en el mito griego. Permite el acercamiento íntimo del espectador, no familiarizado con "La "Teogonía", ni "Los Argonautas" o "La Odisea".

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"Medea" deambula por las gradas con pasos de bailes actuales, en intentos vanos de volver a seducir al marido quien ya tomó la decisión de no cumplir ni con fidelidad ni palabra. El traje azul, corbata a la moda y zapatos elegantes, amarrados al smartphone de "Jasón", nos hablan de lo cruel del mercado del amor cuando nos abandonan. La feria de la pasión y el deseo ahora abandonan a "Medea", por cuanto el marido decidió -calculadora en mano- dejarla con sus dos hijos. El Dow Jones ahora señala, cuánto le conviene tomar por esposa a la hija del rey Creonte.

"Jasón" es el líder de los argonautas que fueron tras el Vellocino de oro y en el pasado "Medea", enamorada de él, apenas lo vio, dejó todo, traicionó a su padre, el rey de Cólquida en Asia Menor, e incluso asesinó a su hermano con tal de otorgar la victoria a su amor. Ella poseía un status, era hija de la ninfa oceánica Idia y de Aeta el rey, éste nada menos, hijo del dios sol Helio.

"Medea" opta por "Jasón", el orador prístino y cuando el hermano Apsirto comanda una flota para darles alcance, ella usa sus embrujos para desgarrar en el mar el cuerpo de su consanguíneo, así el rey padre perdió valioso tiempo recomponiendo los trozos y les dio tiempo para la huida.

Ahora en tierras helenas del rey Creonte, rey de Tebas en tres ocasiones, "Medea" es una extranjera. Cuando "Jasón" le anuncia la incuria, la convierte además en una migrante sin ocasión de retorno a su reino, ni cabida en la cultura donde tenía nuevo terruño. Condenada a la errancia, la venganza se toma el alma de la poderosa "Medea". Logra un regalo de bodas para la nueva esposa, un manto mágico de belleza fascinante, la novia no se resiste a vestirlo y muere al fuego y veneno que la tela trae impregnada.

Para el mito clásico esta mujer es una bruja y hechicera, sobre todo cuando decide matar a los hijos de su unión con el traidor. En el siglo XX, sobre cargado de psicoanálisis, el síndrome de Medea, se aplica a hombres y mujeres cuando maltratan o asesinan a los hijos, buscando escarmentar a la pareja.

En la dirección de Di Girólamo, "Medea" es un paradigma feminista, explica cómo vive por dentro la mujer la traición amorosa, la cual destruye sin piedad familia con fuegos indetenibles. Su pitonisa es una revolucionaria, casi con una ira octubrista, como a cargo de la revancha por las mil traiciones de la dictadura y la falsa transición chilena.

Nosotros somos grecoromanos católicos, el cristianismo primitivo llegó a Grecia en el siglo I y se presentó como la continuidad de la paideia helena. No podemos comulgar ni con desquites o revanchismos, a menos que deseemos cargar con un crimen y castigo a lo Dostoievski. No vi revancha en los familiares de detenidos desaparecidos, tampoco en Carmen Gloria Quintana y nuestro padre sindical, Clotario Blest, hablaba de justicia, jamás de represalia. Las nuevas generaciones de la revuelta, en cambio, militan en la represalia sin memoria histórica. No debería haber violencia en la revolución, para eso son las tiranías.

"Siéntate en la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo", decía mi padre actor, pero esa ruda frase tenía una lección espiritual. Será el río de la vida quien se encargará y no tu mano, tú sólo mantén tranquila la vista de tu hogar y olvida. Nos enseñan a empujar el río, pero nosotros deberíamos sólo cumplir nuestros deberes y dejar al afluente el plan de la existencia hacia los mares que El Impensable designe.

Ahí, en la playa de nuestro olvido e indiferencia, el que a hierro mató, siempre a hierro morirá. Ése es nuestro único derecho, observar cómo la vida es una rueda de la fortuna con sus mil vueltas, la cual no requiere tanto de nuestro impulso para bailar.

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