En Quinchamalí y Santa Cruz de Cuca, en la Región de Ñuble, comunidades de mujeres artesanas mantienen vivas las técnicas y creatividad que dan vida a la característica alfarería negra -con incisiones blancas- que se recrea desde hace más de 200 años en esos poblados, y que son producto del mestizaje y parte del imaginario colectivo de la artesanía del país.
A fines de noviembre de 2022, la Organización de ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), comunicó que el Comité del Patrimonio Cultural Inmaterial reunido en Marruecos había aceptado a la alfarería de Quinchamalí y Santa Cruz de Cuca como uno de los elementos a incluir en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial que requiere medidas urgentes de salvaguardia.
La comunidad, reunida junto a las autoridades de gobierno, esperó en el Palacio Pereira el resultado del fallo que había sido un anhelo trabajado en conjunto desde hace años, ya que la candidatura que los estados miembros presentan a Unesco debe ser un proceso participativo que supone varias etapas que se cristalizan en la presentación de un expediente que justifica la incorporación.
Lo anterior, siguiendo los lineamientos de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de 2003, que Chile adoptó en 2008, ratificó en 2009, y que define este tipo de patrimonio como "los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana".
Todo esto está presente en las artesanías de Quinchamalí y Santa Cruz de Cuca, que dentro de los múltiples ámbitos que reconoce Unesco considera como parte de los conocimientos de la naturaleza y el universo, específicamente, a las técnicas artesanales.
Reunidas hace unos días en la 49ª Muestra Internacional de Artesanía UC, las reconocidas artesanas Victorina Gallegos y Silvana Figueroa compartían en un conversatorio con el público el recuerdo de esos ansiosos minutos en el Palacio Pereira, mientras esperaban el fallo del Comité Unesco; y el trabajo y los anhelos de la comunidad detrás de esta nominación que reciben con orgullo y esperanza.
Orgullo porque las artesanas están conscientes del valor que representa la manifestación que mantienen viva y lo que ha significado en la vida de las mujeres que desde pequeñas aprenden de sus madres y abuelas el oficio, que se convierte en una forma de conseguir independencia económica y también reconocimiento social, con el desarrollo de una práctica artística en continua perfección y cambio, con todas las complejidades que aquello supone.
Victorina, en el conversatorio, recordaba con cariño cómo sus obras le permitieron comprar su primer par de zapatos de manera independiente, aportar en el hogar y sacar adelante a sus hijos, de las cuales solo una, Cecilia, ha continuado con la tradición.
Es que el poco interés que tienen las nuevas generaciones por continuar con esta práctica, junto al paulatino envejecimiento de las actuales cultoras, son algunas de las amenazas latentes que se cierne sobre este tipo de patrimonio a lo que suman otras, como la migración de la población hacia la urbe que desplaza a los jóvenes que deben continuar sus estudios secundarios y superiores fuera de sus localidades. O la proliferación de enfermedades profesionales asociadas al oficio y la preocupación por la falta de atención a esas dolencias, como relataba Silvana en la conversación de hace unos días.
La falta de acceso a las materias primas es también una problemática importante, ya que las consecuencias de las faenas de las empresas forestales en el territorio, que plantan pino y eucaliptus en los terrenos que adquieren, hace más difícil acceder a las vetas de las materias primas necesarias para el proceso, que hoy son más escasas y se encuentran en predios privados.
Evidentemente estos problemas (que son solo algunos de los que enfrentan) son preocupantes y constituyen escollos para que esta manifestación siga produciéndose. Sin embargo, es igual de preocupante que todas esas dificultades –bajo interés de las jóvenes, migración, falta de seguridad social y dificultad para acceder a las materias primas- sean dolorosamente comunes para muchas comunidades de artesanos en todo Chile.
En este escenario, y asumiendo que las denominaciones patrimoniales a veces crean tensiones en las comunidades, cabe preguntarse por qué es valiosa la incorporación a la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial que requiere medidas urgentes de salvaguardia.
Hay que decir que esto implica un compromiso del Estado -y por supuesto de la comunidad- en la propuesta de acciones concretas que den viabilidad, es decir, medidas que se hagan cargo de los problemas y busquen nuevos caminos para proyectar este legado de mujeres por 200 años más. Lo necesitamos con urgencia.
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