Penderecki, Hiroshima & Nagasaki

El 9 de agosto de 1945 se lanzó sobre la ciudad de Nagasaki la segunda de las bombas atómicas preparadas por el equipo de Robert Oppenheimer, desde 1943 en la base de Los Álamos, Nuevo México. Las letales armas fueron pensadas originalmente para terminar la guerra en Europa, arrojándolas en contra de la Alemania nazi, sin embargo la caída del Reich en mayo del mismo año cambió el objetivo hacia el imperio de Japón, que continuaba los cruentos enfrentamientos por todo el frente del Pacífico. También había quienes creían que las bombas podrían haberse utilizado contra la misma Rusia soviética, aliada de EE.UU. en contra del régimen de Hitler, pero inmediatamente después de la guerra convertida en su nuevo enemigo ideológico.

Se cumplen 78 años de ese hito trágico que marcaría el fin de la Segunda Guerra Mundial, acaso el siglo mismo, y ciertamente el inicio de un ciclo nuevo que decantaría en una extensa Guerra Fría marcada por el enfrentamiento de ambas potencias lejos de sus territorios, utilizando a países del tercer mundo como escenario de sus propios ensayos bélicos y políticos, que culminaron con el estrepitoso derrumbe del socialismo real y la caída del Muro de Berlín. En el intertanto, el mundo se vio dividido y conflictuado por dos modelos excluyentes, golpes de Estado en Latinoamérica, enfrentamientos en Medio Oriente, países divididos por un norte y un sur fratricidas, gobiernos infiltrados por agentes de las respectivas inteligencias que pusieron y depusieron gobernantes y guerrillas.

Krzysztof Penderecki, el extraordinario compositor polaco nacido en Dębica en 1933, compuso en 1961 la pieza orquestal "Treno para las víctimas de Hiroshima", para 52 instrumentos de cuerda frotada, como un terrible testimonio de época, un grito desesperado, casi un aullido de dolor provocado por los dantescos sucesos vividos en las ciudades japonesas asoladas por el fuego atómico, donde en pocos minutos, desaparecieron entre 150 y 240 mil personas y tantos otros que aún sufren las secuelas de ese horror. Pero, además, esa música representa esos años de la frágil estabilidad bélica e ideológica que suponía el devenir histórico, incluso en plena época de los misiles, como una angustiante incertidumbre que asolaba a la humanidad.

El compositor, quien extendió las sonoridades de la música hacia nuevos espacios tímbricos, prescindió de los acordes tradicionales para crear texturas sonoras superpuestas y cambiantes, secciones sonoras homogéneas como verdaderos clusters construidos más allá de las especificidades armónicas de los instrumentos. Música serial que explora los recónditos rincones de la conciencia para conectarnos con lo más sagrado de nuestra existencia como es sobrevivir.

Un canto, un lamento fúnebre, la descripción de una época, música que vale la pena conocer y escuchar. Una oda a las víctimas del odio político, de las guerras, de la sinrazón, que a veces olvida el verdadero sentido de la vida.

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