Rodeo

Manuel Riesco
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No soy fanático del rodeo pero respeto este deporte tradicional y rechazo intentos de pequeños grupos por desprestigiarlo y eventualmente prohibirlo. En las actuales circunstancias políticas la insistencia extremista de una élite culta y acomodada en las así denominadas causas valóricas o “de futuro” puede violentar el sentir atávico mayoritario y gatillar la odiosidad del pueblo contra un sistema político que ya tambalea por la frívola y corrupta incapacidad de aquella para resolver los verdaderos problemas que lo angustian.

Ello constituye una irresponsabilidad suicida que lleva mucha agua al molino de quienes en las sombras de sus fétidas madrigueras traman desviar la justa ira del pueblo hacia objetivos canallescos y criminales. Si no se corrigen los abusos con la provocan, por connivencia con los grandes intereses que los  originan, la denominada “corrección política” de la elite termina abriendo paso a su mayor perversión, el fascismo.

Nadie que haya participado en una corrida en vaca puede mirarla en menos. Es deporte para novillos,caballos y gallos bien plantados. No cualquiera se la puede y no es raro ver buenos jinetes salir volando de sus magníficos caballos para terminar parados sobre sus cabezas, derechitos y espoleando el aire antes de desplomarse en el polvo para júbilo del público y angustia de sus familiares y amigos.

Más castigo sufren las cabalgaduras, que a los encontrones con duros y fuertes músculos y huesos de los novillos y sus ocasionales cornadas deben sumar los dolorosos espolazos y tirones de riendas y frenos que muchas veces los dejan sangrando.

La peor parte sin duda la lleva el novillo, aunque es el único protegido con castigo de puntos y prestigio del jinete, del tramposo cogoteado y peor, el infame macheteo, es decir, las tramposas prácticas de detenerlo de frente, por el cogote, o empujarlo desde lejos macheteándolo contra la quincha, en lugar de frenarlo como corresponde solo por roce contra la quincha, a pura presión de pechos del caballo aplicada sobre o más atrás de la paleta, a fuerza, destreza y aguante de caballo y jinete. Demás está decir que tales miramientos no están reglamentados y los machucones son mucho peores en el rodeo verdadero y cotidiano a todo potrero que forma parte de la dura vida del campo.

Sin duda molesta ver viejos carcamales pinochetistas ridículamente enfundados en carísima ropa de huaso haciendo exhibicionismo de podridas añoranzas de hacendados. Peor aún cuando llevaron su pantomima al jubileo de la reina de Inglaterra, en la más vergonzosa muestra de arribismo que registra la historia nacional. Pero ello no es culpa del rodeo, novillos, caballos o aperos, sino del estado de cosas que aún tolera que tales engendros anden todavía por ahí tan campantes, sintiéndose dueños de Chile.

Los animalistas tienen razón cuando luchan por reconocer que tienen derecho a un trato respetuoso por parte de sus primos humanos. La crueldad en su contra será considerada en el futuro parte de la prehistoria de la humanidad, igual que la sumisión a la idiocia, palabra que como recuerda Marx significa aislamiento, de la vida campesina tradicional. Su apasionada causa merece simpatía y apoyo, al igual que las de todos aquellos que iniciaron y en un brevísimo tiempo histórico han logrado hacer ser hegemónico, como corresponde, el respeto a los derechos de las mujeres y minorías en general, y el vital cuidado del planeta. Sin duda luchan por un mundo mejor y más civilizado, sus logros son asombrosos y han transformado el planeta.

Sin embargo, la irresponsabilidad de intentar prohibir el rodeo o avanzar sin tino ni mesura en todas las otras causas así denominadas “liberales” no tiene que ver con la evidente justeza de éstas, sino con la oportunidad y eficacia de hacerlo en condiciones de profunda crisis política. Como enseña la experiencia de las peores tragedias del siglo pasado y otras mucho peores que se ciernen amenazadores sobre los países más poderosos del orbe, en las presentes circunstancias estas nobles causas pueden volverse en su contra, arrastrando de paso en su caída a los valores más preciados de la modernidad, la razón, la justicia y la libertad.

Lúcidos análisis de lo sucedido en el Reino Unido con el llamado Brexit o la elección de Trump en los EEUU señalan que estos peligrosísimos fenómenos se deben principalmente a la concurrencia de dos irresponsables comportamientos de las llamadas élites “liberales”. Desde luego y en parte principal, su venal ligazón con los grandes intereses, principalmente la” industria” financiera, que les han impedido hacerse cargo como corresponde de la crisis que éstos provocaron en primer lugar. La crisis no les ha tocado un pelo mientras el pueblo ha sufrido penurias, abusos y humillaciones como no veía desde los años 1930.

Sin embargo ello se ha visto agravado en medida no menor porque dichas élites han acentuado en este tiempo su insistencia en las llamadas causas “liberales”. Ciertamente porque creen sinceramente en éstas, pero quizás también por mal entendido sentido de culpa respecto de su propia impotencia para abordar los problemas de fondo de la sociedad. Por oportunismo o convicción sincera han avanzado muchas causas justas, tomando partido por el progreso en las más diversas contradicciones de la sociedad moderna. Menos en la principal que es la lucha de clases. Allí también tomaron partido con gran entusiasmo, sólo que del lado de los poderosos.

Envueltos en la superioridad moral de tales banderas, estas débiles, frívolas y venales élites han atizado al extremo el aborrecimiento del pueblo, a quienes no sólo no resuelven sus problemas reales que son también los de la sociedad en su conjunto, sino que adicionalmente desde su relamido púlpito le predican buenas maneras que muchas veces violentan sus creencias más atávicas. El resultado está a la vista.

Bueno es el cilantro pero no para tanto.

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