“Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión”. (Paulo Freire)
Mauricio Amílcar López fue el primer rector de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina, y también la única autoridad universitaria de tal rango que comparte el triste destino de los 30.000 detenidos desaparecidos que dejó la última dictadura de ese país, según datos entregados por la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas. Graduado en Filosofía el año 1946 por la Facultad de Filosofía y Letras de la vecina Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, y nombrado Rector en 1973 de la recién creada Universidad de San Luis, en San Luis, su destitución se produce en 1976, una vez que se consuma el golpe militar en el interior. Su desaparición, ocurrida la mañana del 1º de enero de 1977 desde su propia casa, todavía es asunto no resuelto y sigue enlutando las remecidas páginas de nuestra historia, no solo las de ese lado de la cordillera.
Los Proyectos Sociales Mauricio López, del Área de Articulación Social y Educativa de la referida Universidad de Cuyo, son una de las caras que en materia de extensión y vinculación con el medio impulsa dicha institución, y una bella manera de recordar el nombre de este profesor universitario a propósito de sus ideales de justicia y transformación social, amén de su tempran aadhesión al trabajo colaborativo, el ecumenismo o la coautoría, valores peligrosos ya entonces.
Y también en desuso, habría que decir, como la equivalente vocación por la docencia, investigación y extensión en nuestras universidades. Dedicados, dichos proyectos, a la implementación de iniciativas de cooperación comunitaria para la transformación de situaciones sociales consideradas injustas, el diálogo de saberes que intenta propiciar apunta a la reunión de actores no siempre entendidos en equivalencia, como las organizaciones sociales, instituciones públicas y la misma universidad. Su apuesta, dirigida a la modificación de tales realidades, consecuentemente también lo está hacia sí misma, esto es su propia y necesaria transformación en el proceso.
Fundados en una visión de la pedagogía que la entiende como intercambio y mutuo aprendizaje, su novena convocatoria, terminada de evaluar no hace mucho, reunió en similar calidad de evaluadores a miembros de esas mismas iniciativas y a un grupo de profesores universitarios, cuatro de ellos provenientes de nuestro país.
El resultado de la tarea –más allá de la específica adjudicación de 30 proyectos con financiamiento, 3 en la modalidad inter cátedra[1], y otros 17 sin financiamiento, además de suponer el estímulo y reconocimiento de redes de cooperación que de distinto modo ya están presentes en nuestras sociedades, invita a la desactivación de esa otra pretensión que sitúa al saber académico en superioridad, suerte de bomba de tiempo que ha hecho de nuestro hacer una maraña de dispositivos muy difíciles de eludir, y aún más de discutir. La predominancia de la vocación investigativa por sobre su función docente, y aquella medida en función de rankings movilizados por el mercado como ha insistido el ex rector Fernando Montes (El Informante, TVN, 23 abril 2014), son indicadores más que claros de ello. Ni hablar, entonces, de la extensión, casi únicamente entendida como difusión.
A ejecutarse entre el 15 de febrero y el 15 de noviembre de este año, una de esas muchas iniciativas, huertas y jardines urbanos como parte del tratamiento de adicciones y capacitación laboral para los sujetos privados de libertad, se plantea como un esfuerzo que visualiza la relación con la tierra como una oportunidad para el conjunto de los actores involucrados, vale decir recogiendo y aportando conocimientos propios del trabajo con ella, pero también como instancia para la comprensión y tratamiento de problemáticas complejas como el mismo encierro y el consumo de sustancias.
Tal pretensión, que constituye un aprendizaje de doble faz (se construye y nos construimos en el), al tiempo que supone pensar al huerto en sus muchas posibilidades y fines (vertical, horizontal o hidropónico, por ejemplo, o para el consumo, su comercialización o uso ornamental), también propone pensar sus tiempos, y relacionarse con ellos, como base para la problematización y desnaturalización del consumo, o la violencia del y en el encierro, entendidas como parte, precisamente,de la sociedad de consumo en que vivimos. No aparte de ella.
Ahí un aprendizaje no marginalizante de tales situaciones, la lectura y reconocimiento de la relación con la tierra como espacio de libertad y terapia, muy en línea con lo dicho por el poeta Floridor Pérez cuando escribe que “La tierra ensucia las manos/ pero limpia al hombre”, es solo un ejemplo y podrían ser 46 más, del sentido de estos proyectos.
Un sentido que redescubriendo a Mauricio López entre nosotros, nos hace cuestionar la desvinculación del medio que implica la hegemonizada manera de entender la extensión universitaria, no necesariamente próxima o vecina de su entorno, disminuida en su capacidad de reconocerse como otro de sus actores, y más unidireccional que bidireccional en sus esfuerzos comunicantes.
Una forma, de otro modo, que apuntala y naturaliza la desvinculación de sus oficiantes, no enterados o afines, pero parte al fin, del problema que igualmente representamos.
Y que señalado por la tríada autoridad/voz autorizada/autoritarismo, a la vez que deja a la vista la común raíz de que deviene su ecuación, repone lo apuntado por Feyerabend cuando sindica a la ciencia como un estilo cognitivo más: una superstición, en su radicalismo, que no posee mayor valor de verdad que cualquier otro cuento de hadas ideológicamente enseñoreado, en especial cuando se pretende escindida y auto comprensiva.
Ni más ni menos la extensión y aquí téngase en mente la singularidad del plural vuelo en bandada de los pájaros, el sostenimiento de este programa y el de Mauricio López a través suyo, muestra en su misma constitución la articulación de que está hecha y a su vez organiza nuestra actividad, pues así como es extensión, también es investigación y docencia.
Extensión, porque trasciende de su propio conocimiento en la necesidad de co-construirlo en la multiplicidad de acciones y actores que por su parte las imaginan y llevan a cabo. Investigación, porque esa misma actividad se enfrenta a si con la pregunta por lo que desconoce y eventualmente encontrará, novedad acaso intuida pero no circular, léase encerrada en el fin de su propia publicación.
Y docencia, porque su aprendizaje, que es resultado y factor del mismo, así como se genera en y hacia afuera, también lo hace hacia dentro, suerte de implosión que busca y reconoce la necesidad de su propia transformación.
Vieja y sentida aspiración ésta, el camino que representan estas experiencias hacia su consecución, con todos los bemoles que su implementación puede tener, no solo actúa como diluyente del instalado rol docente en la persona del profesor, o el de sus equivalentes en las del investigador y extensionista, sino que profundiza sus labores al integrar y compartirsus tareas, pero también al situarla, necesariamente, más allá del edificio de la universidad.
En ello un llamado de atención respecto de modelos alejados del sentido de la comunicación humana (emisión y recepción como roles intercambiables), su ampliación por vía del reconocimiento de que todos tenemos algo que decir, o que “todos nosotros sabemos algo. Todos nosotros ignoramos algo. Por eso, aprendemos siempre”, como ha dicho Paulo Freire, renueva la posibilidad de alcanzarla al reclamar la pertinencia de su acción.
De paso, y no obstante los 40 años de la desaparición de Mauricio López, vuelve a dar vida a su persona, y con él a la de tantos que, entonces como ahora, tampoco han podido librarse de las mil y una cara de la exclusión.
( 1 ) Se refiere a proyectos que propician la interdisciplina y el trabajo comunitario a partir de la articulación de dos o más asignaturas provenientes de distintas facultades, y que ve en su curricularización una herramienta para la puesta en valor y promoción de la extensión.
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