Y Drácula tenía razón

Sergio Canals
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La inyección de sangre de un ratón joven en uno viejo restaura y rejuvenece el cerebro, mientras que la sangre de un ratón viejo en uno joven, envejece el cerebro, según las investigaciones de la U. de Stanford.

Emprendedores de siempre, pongan atención con el futuro negocio de este commodity.

Para vivir eternamente, habría que inyectarse células madres y sangre de jóvenes para siempre, o utilizar las costumbres nocturnas de Drácula, que como gozador impenitente de la noche y buen gourmet, se la tomaba paladeándola después de morder las yugulares de hermosas y sensuales jovencitas.

En los mitos y las leyendas, siempre rondan ocultas las más fieras verdades del hombre.

Hablando de estas verdades que escapan de la razón, y de los caminantes de la noche que en la oscuridad intentan vanamente hacerle el quite a la muerte, la película “La gran belleza”, de reciente estreno, es un magnífico y hermoso retrato de lo anterior, a través de una elite que decadente y embargada por el tedio existencial, busca de forma desesperada y nostálgica, un sentido de vida que conduzca a la infinitud de lo absoluto en una Roma inmensamente bella.

En la ciudad de espléndidas obras de arte, inmóviles e iluminadas sólo en la noche como “destellos de belleza”, estas se despliegan en su contemplación hipnótica nocturna, cómo portales misteriosos de espiritualidad, que permitirían encontrar una respuesta a la pregunta por el propósito de una existencia que en la ciudad del espacio inmóvil y el río en movimiento perpetuo,la vida se ofrece sólo como la potencia vacua y opaca de la materia, donde una frágil envoltura sólo nihilista y placentera, llena de drogas, sexo, baile desenfrenado lleno del ruido y el movimiento continuo de la adoración fetichista del cuerpo, no la logran dotar de una forma actual y trascendente.

Los personajes de esta película, como seres arrojados en una vida de desesperanza destinada sólo a la muerte, donde la religión sólo parece conducir y ser sacrificio y el dolor, viven llenos de soledad y sin sentido, intentando en la búsqueda de un amor demasiado líquido y que siempre parece escapárseles, una redención y quizás su propia resurrección.

Sólo el protagonista, escritor de un libro, en búsqueda de la inspiración eterna, con un uso permanente de la razón crítica y cínica (también culta y muy irónica), parece ser el único en asumir la autenticidad de su ser, que los demás hace tiempo tienen perdido.

Aquí, en la película de la bella música de inspiración clásica y las hermosas esculturas, se trata del no envejecer bebiéndose la sangre de la misma ciudad, sin reparar que quizás es la misma ciudad finita y entrópica, la que trata de eternizarse con la sangre de sus personajes a través de sus obras de arte silenciosas e inmóviles.

Drácula tenía razón en lo de no envejecer, pero al igual que los protagonistas de la película, lo que de verdad buscaban, era finalmente el misterio de “la gran belleza” del amor en la finitud de lo humano, que se abre y es parte de la infinitud de y hacia lo absoluto.

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