En un mundo donde proliferan las normas sobre derechos humanos surge, dramáticamente, la conciencia sobre la falta de protección efectiva de los mismos.
Desde el punto de vista del discurso el reconocimiento de los derechos humanos es ineludible; pero al observar la realidad, el discurso se diluye. El problema parece estar en el vacío de voluntad para su protección efectiva, a su prioridad relativa cuando se entiende que entran en colisión con otros intereses, o simplemente porque hay conflictos menos urgentes y se reacciona tardíamente.
Si damos una mirada rápida a la escena mundial, enfocados en algunos ejemplos de crisis políticas y conflictos armados que devastan la vida de millones de personas, la percepción es que estamos ante un franco retroceso en materia de protección de derechos humanos.
En cuanto a personas desplazadas forzosamente en el mundo, en los últimos años se han alcanzado máximos históricos. Tres países expulsaron el 55% de la población refugiada del mundo bajo mandato del ACNUR: Siria, con 5,6 millones de personas; Afganistán, con 2,5 millones y Sudán del Sur, con 1,4 millones.
De acuerdo al Alto Comisionado de Derechos Humanos, los siete años de enfrentamientos en Siria han cobrado cientos de miles de vidas, forzando a 6,1 millones de personas a huir de sus hogares dentro de Siria y a 5,6 millones a buscar refugio en países de la región. Casi el 70% de la población civil se encuentra en la pobreza extrema. Una larga lista de atrocidades viene ocurriendo cada día desde hace siete años.
En República Centroafricana (RCA), la crisis política y la violencia iniciada a fines de 2012 ha provocado el desplazamiento de casi un quinto de su población, estimada en 4,6 millones. Cerca de 453.000 centroafricanos se han refugiado en países vecinos y 447.000 serían desplazados internos. Según ACNUR, desde finales de diciembre de 2017 a enero de 2018, han llegado a Chad más de 5.000 refugiados huyendo de un nuevo brote de violencia en la RCA, superando el total de 2017. De los 545.000 refugiados de países vecinos que acoge Chad, 75.000 son refugiados centroafricanos, y cerca de medio millón proceden de otros países. Las condiciones en que viven, tanto los refugiados como los desplazados internos, son deplorables.
En Yemen, luego de años de pobreza e inseguridad, la guerra civil ha provocado una catástrofe humanitaria llevando a 2,2 millones de personas a huir del país. Unas diez mil personas han muerto y otras cuarenta mil han resultado heridas. Además, estos tres años de violento conflicto han obligado a miles de somalíes refugiados en Yemen a regresar a su país, aun sabiendo que los brotes de violencia y la grave crisis social persisten en Somalia. Los refugiados somalíes llegaron a representar el 91% del total de refugiados en Yemen.
En Sudán del Sur, más de cuatro años de guerra han impactado gravemente la vida de cuatro millones de niños; miles han sido heridos o han muerto, y la hambruna ha provocado que más de un millón sufra de desnutrición aguda. Cerca de 4,4 millones de personas han huido de sus hogares, y más de la mitad han buscado refugio en países vecinos; el 60% son niños. Miles de niños han sido reclutados forzosamente por grupos armados, y las violaciones y agresiones sexuales en su contra se multiplican por cientos.
Hoy, la crisis en Birmania “podría tener impactos violentos en la seguridad de la región”, señaló el Alto Comisionado para los Derechos Humanos, en su discurso con motivo del 70 aniversario de la Declaración Universal de DDHH. Esto, porque el “genocidio y limpieza étnica” perpetrados contra los rohingyas por parte de Naipyidó aumentarán la violencia contra esta minoría. Desde 2017, ante la operación militar del ejército de Birmania, cerca de 700.000 han buscado refugio en Bangladesh huyendo de asesinatos, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias, violencia sexual atroz, y más de 350 pueblos incendiados. Los rohingyas han vivido discriminación y violencia por medio siglo.
Los terroristas de Boko Haram en Nigeria, especialmente, y en los otros países de la cuenca del lago Chad -Níger, Camerún y Chad- continúan cometiendo todo tipo de atrocidades. Más de mil niños han sido secuestrados desde 2013. 117 niños fueron usados por BH para perpetrar ataques suicidas con bombas desde 2014; un 80% fueron niñas. En el primer trimestre de 2017 el número de estos ataques igualó al total reportado en 2016. La actividad terrorista de Boko Haram ha causado la muerte de por lo menos 3.900 niños y otros más de 7.000 han sufrido mutilaciones a consecuencia de los ataques a las comunidades o en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad.
En nuestra Región, también hay realidades lamentables. Sólo por mencionar algo, la situación de los defensores de derechos humanos en Colombia fue recientemente calificada de "alarmante" por el Alto Comisionado por los DDHH; con más de 20 informes de asesinatos recibidos en las primeras seis semanas de 2018.
La Defensoría de Colombia registró entre enero de 2016 y febrero de 2018 un total de 282 asesinatos de líderes sociales y defensores de derechos humanos en el país, lo que sería resultado de la expansión del Ejército de Liberación Nacional que ha derivado en enfrentamientos con la fuerza pública y las disidencias de las FARC, actual partido político.
En Honduras, continúan las desapariciones, arrestos arbitrarios y crímenes de defensores de DDHH, líderes comunitarios e indígenas, que denuncian la privación de sus tierras, destrucción de cultivos y robo de cosechas; misma situación sufren quienes trabajan en temas como derechos sexuales y reproductivos, orientación sexual e identidad de género.
A los ataques, amenazas y criminalización de estas actividades, se denuncia la falta de acceso a la justicia. Cerca del 97% de los crímenes cometidos contra defensores de derechos humanos siguen sin resolverse: 75 periodistas, comunicadores sociales y personal de medios de comunicación han sido asesinados desde 2001 y sólo en 6 casos se ha identificado a los autores. A esto se suma la criminalización, asesinatos y persecución de campesinos de la Región del Bajo Aguán, donde también la impunidad ha sido la norma.
Estos pocos ejemplos de graves violaciones del derecho internacional de los derechos humanos, y también del derecho internacional humanitario, obligan a preguntarse qué falta, qué ha fallado ¿Más normas? ¿O simplemente aplicar el estándar de la debida diligencia en el cumplimiento de los derechos humanos?
Los conflictos se construyen paso a paso; la miseria, discriminación, desigualdad, corrupción, abusos y violaciones de derechos, van configurando día a día la tragedia.
Muchas veces se suma también el olvido de parte de la comunidad internacional.
La experiencia indica que la falta de rendición de cuentas y la impunidad alimentan los conflictos, y es ahí donde se requiere poner el acento para supervisar la acción de los gobiernos, las instituciones, los grupos armados, los intereses de la industria de la guerra, entre otros actores.
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