El sábado pasado terminó una semana en la que se cometieron 7 femicidios, un triste promedio de uno por día. Una semana del terror justo cuando se conmemoraba el Día Internacional de la Mujer y en muchas manifestaciones se exigía que el Estado cumpliera con sus compromisos internacionales para erradicar este flagelo.
En el caso de uno de esos femicidios, una mujer de nacionalidad colombiana fue asesinada y descuartizada por su pareja. Al día siguiente, un tabloide tituló en su portada "El amor y los celos la mataron". Esa fue la forma que tuvo ese diario para explicar el cruel asesinato de esa mujer. Si bien es conocido el lenguaje machista de este medio, sus portadas sexistas y también su banalización de la violencia en contra de las mujeres, no dejan de indignar esos titulares. Y está bien que así sea, que sigan indignando.
Es que resulta lamentable y sorprendente que a estas alturas haya que explicar una vez más a ese y a otros medios de comunicación porqué se generan los femicidios.
Pues bien, señores y señoras editoras, como dijo Natalia Valdabenito, se los explico en cetáceo: el amor no mata.Los celos tampoco. Cuando hay un femicidio, quien mata a una mujer es un hombre. Es un hombre y lo hace las más de las veces porque está impregnado por valores de una sociedad patriarcal que lo llevan a pensar y actuar como si una mujer fuera de su pertenencia.
La violencia contra las mujeres no se produce porque las mujeres sean masoquistas ni porque provoquen a sus agresores. La víctima no es la culpable y no puede ser tratada como tal. Eso simplemente es re victimizarla y perpetúa justificaciones absurdas de la violencia.
Estos actos tampoco se generan porque los hombres agresores sean drogadictos, alcohólicos o sufran una enfermedad mental. Esos pueden, eventualmente, ser factores de riesgo pero no sus verdaderas causas. La violencia contra las mujeres tampoco es la consecuencia del descontrol o de un momento de ofuscamiento. Es al revés, la violencia se produce precisamente para mantener el poder y control.
Además de todos esos falsos mitos, la dicotomía público/privado fue también por mucho tiempo un elemento que contribuyó a la impunidad en los casos de violencia contra la mujer.
Cuando las mujeres, a inicios de los noventa, denunciaban un acto de violencia ante un funcionario policial, era común que se les respondiera que se devolvieran a su casa a prepararle a su agresor un buen plato de comida o se les sugiriera que “lo resolvieran entre las sabanas”. La unidad de la familia estaba ante todo, y al Estado no le correspondía entrometerse en ese espacio de intimidad. Un especio bastante dañado y peligroso, pero eso no importaba, no era parte del problema público.
Actualmente, pese a los avances de los movimientos de mujeres en incidir en la política pública y la criminalización del femicidio y otros actos violentos que se cometen en el ámbito de las relaciones familiares, persiste una cultura hegemónica machista que impide que la violencia contra la mujer pueda ser erradicada. Y es que se trata de un problema multicausal, que debe ser comprendido en un marco relacional y abordado con políticas integrales.
En ese contexto, la banalización de la violencia contra la mujer sólo contribuye a naturalizar y legitimar estas conductas aprendidas. Se reafirman los valores que están en la base de las discriminaciones de todo tipo en contra de las mujeres que siguen presentes en nuestra sociedad, siendo la violencia contra las mujeres justamente la expresión máxima de la desigualdad de género.
Es por eso que si queremos, verdaderamente, erradicar la violencia contra las mujeres, debemos entender que es fundamental el rol que juegan los medios de comunicación, los que sin duda aportan en su erradicación cuando la visibilizan y la problematizan, pero que la refuerzan cuando contribuyen a la perpetuación de la discriminación y de los estereotipos de género.
Al respecto, cabe recordar que la información constituye un bien valioso que no pertenece simplemente a quienes escriben una nota ni a los propietarios de esos medios de comunicación. Los medios de comunicación tienen una función social.
En el caso de la violencia contra las mujeres, los medios construyen significado a través de las formas en las que dan a conocer los femicidios y de las explicaciones implícitas o explícitas sobre las causas de los hechos.
Si los medios siguen reproduciendo imágenes de las mujeres como objeto de dominación masculina, están contribuyendo a generar esa cultura machista que genera un femicidio al día.
Es de vital importancia que asuman su rol de contribuir a desnaturalizar la violencia contra las mujeres y eviten reforzar las discriminaciones. Ese es el rol que les corresponde y sin duda no es menor si queremos caminar hacía una sociedad en la que mujeres y hombres podamos desarrollar nuestra vida libres de violencia.
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