El encuentro con “lo literalmente bestial en lo criminoso” genera horror, salvo que uno se anestesie con el sedante murmullo de lo leve y lo intrascendente.
Es horror, lo que se siente con el relato publicado sobre el testimonio detallado del asesino de Almendra, una niñita de sólo tres años con antecedentes anteriores de violencia contra ella.
El Estado, su familia y la sociedad, fueron incapaces de protegerla.
Las últimas palabras indefensas de ella, fueron, “me siento mal” después de soportar 15 minutos eternos de golpes inmisericordes y abuso sexual.
Las razones monstruosas e incomprensibles del criminal, fueron “la rabia porque se orinó” y “los celos” que sentía por ella. Su consumo de cocaína, y un probable trastorno de la personalidad grave, con características sociopáticas y paranoides, lo volvieron prisionero de su disminuida humanidad. Su empatía con la pequeña sufriente, se redujo a cero.
Pero antes de las muchas explicaciones del indignante ataque, lo más probable, es que en ese momento infinito y espectral, el asesino se vio envuelto por el murmullo de la nada. Sé dejó caer en el abismo profundo del desastre (“des - astro”), donde el cielo es vacío y oscuro más allá de Los astros, las estrellas.
En su relato, no hay culpa, y por lo tanto, tampoco posibilidad de arrepentimiento.
En ese lugar des-astroso, no habita Almendra, el otro, ni nadie. Allí no existe la bondad, ni la compasión. Allí no hay tiempo. El tiempo siempre nace con el amor y la responsabilidad infinita con el otro, especialmente si es más débil y sufriente.
Allí, en el lugar del desastre, sólo habita “el horror, el horror” de la no-culpa.
Horror vacío, que hoy se ilumina con la luz tenue de una estrella recién nacida.
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