La Negación es uno de los mecanismos psíquicos utilizados para evadir aquellas revelaciones que hace el inconsciente, y de las cuales poco o nada queremos enfrentar. Para Freud, cuando un paciente niega, es como si dijera en ese mismo acto “eso es algo que preferiría reprimir”. Si pensamos en nuestra sociedad y sus actos, o la ausencia de ellos, no podemos dejar de pensar en la sublime existencia del mecanismo de la Negación en nuestros procesos sociales, partiendo por uno de los más fundamentales: la construcción de la historia y de la verdad social.
Este año se conmemoran 45 años del Golpe Militar. Tantos años y tan frescos sus recuerdos y efectos.
Esta cercanía al dolor, al horror de nuestro pasado, nos hace seguir vivenciando con profunda actualidad lo que paradójicamente se intenta dejar en el olvido (sin lograrlo, debemos agregar).
Estamos marcados por la repetición constante de aquellos hechos que nos dañan. Llevamos impreso en la carne sus efectos, fácilmente reconocibles en al menos dos generaciones completas signadas por la obediencia, la obsecuencia, el temor a lo diferente, a la prudencia y al susurro.
Negamos nuestra historia y nos empeñamos en echar tierra a nuestro pasado tenebroso.
Sólo la negación de la historia es lo que permite que en nuestro país aún no se convenga un nombre para lo acontecido los 17 años posteriores al Golpe Militar. Indesmentible dictadura que, no obstante, se desmiente a diario.
Sólo la negación permite salidas dominicales a perpetradores de crímenes de lesa humanidad.
Sólo la negación permite que ex agentes de aparatos del Estado represor estén en cargos públicos.
Sólo la negación, nos hace defender una constitución pensada y creada en dictadura, dejándonos amarrados a las botas del general.
Solo la negación permite pretender contextualizar la tortura, el ensañamiento, el sadismo del poderoso y la degradación del ser humano por agentes del Estado.
No queremos reconocernos, y nos poblamos de frases tales como “miremos al futuro” o “Chile necesita avanzar”, saltándonos el camino necesario para ello.
Debemos revisar y transitar nuestro pasado, nuestra historia. Y, por sobre todas las cosas, debemos nombrarla, implicando en ese gesto, un pacto de reconocimiento social. Nombrar la Dictadura y sus horrores sin cosméticas.
Nombrar la tortura. Y mirarla, detenidamente, grabarla en los ojos para entender que eso que se ve, nos habita.
Si no hacemos ese movimiento como sociedad, estamos condenados a seguir reprimiendo nuestro pasado de una manera ineficiente, a seguir condenados al dolor de las reminiscencias. Seguiremos invadidos por el retorno de lo reprimido, condenados a una repetición compulsiva y desastrosa de nuestros dolores. Más aún, condenados a que aquello que borramos de la historia, insista en aparecer. Ese efecto aterrador y violento, está garantizado.
Merecemos recordar, merecemos recorrer nuestra verdad, merecemos la justicia del reconocimiento.
A 45 años del Golpe Militar, con el recuerdo vivo.
“Las palabras que no pueden ser proferidas, las escenas que no pueden ser recordadas, las lágrimas que no pueden ser derramadas, todo será tragado con el trauma que llevó a la pérdida. Tragado y preservado. Duelos inexpresados erigen una tumba secreta dentro del sujeto.
Reconstituido de las memorias de palabras, escenas, y afectos, el correlato objetal de la pérdida está enterrado vivo en la cripta como una persona madura, completa con su propia topografía {tópica} [topography]” (Abraham, N. y Torok, M. “Mourning or Melancholia: Introjection versus Incorporation” (1972) en “The Shell and the Kernel” Vol. I; University of Chicago Press, London, 1994; p.130.)
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado