¡Raúl amigo el pueblo está contigo!
Fue el grito multitudinario que se escuchó, durante los funerales del Pastor, que un 9 de abril de 1999, fallece en absoluta paz, consigo mismo y con su Fe.
¡Raúl amigo el pueblo está contigo!
La expresión nace espontánea, fue un desahogo colectivo, ante la pérdida del “protector” en tiempos tan difíciles en que le tocó conducir a la Iglesia Católica.
¡Raúl amigo el pueblo está contigo!
Es parte el reconocimiento a un sacerdote que se la “jugó”, en cada instante de su quehacer eclesiástico. Durante toda su vida pastoral. Velando siempre por la persona humana, sea ésta quien fuere, por su condición de Hijo de Dios.
Cuando han trascurrido dieciocho años de su irreparable partida es bueno y justo hacer un recuerdo, dado que nos destacamos por la fragilidad de nuestra memoria. Olvido que muchas veces lo hacemos a propósito, para no molestarnos en sacar del baúl, nuestras miserias y debilidades,
¡Raúl amigo el pueblo está contigo!
¿Cuántas misas se hicieron por ti, este domingo 9, de Ramos, en memoria de tu sagrada trayectoria por esta linda Patria chilena, la que amaste con todo tu corazón e inteligencia para enfrentar, la dura adversidad que el destino, sin querer te deparó?
Ojalá muchas, felicito a los curas de barrio, que se acordaron de ti.
Cardenales, Obispos, y Príncipes de la Iglesia, debieran tomar como ejemplo la vida y obra de monseñor Silva Henríquez, promover en cada parroquia y capilla su labor ejemplar humanitaria, es tarea de todos. No hay que dejar en el ostracismo a un hombre que hizo carne el Evangelio, por seguir la enseñanza de Cristo: es un craso error.
Y la Vicaría de la Solidaridad, la Vicaría de la Pastoral Obrera, la Vicaría de la Educación, la Vicaría de la Juventud o la Pastoral Universitaria, la Pastoral Social,las que fundó, especialmente en virtud del mandato que requería las imperiosas necesidades de la época, son testigos irrefutables del enorme esfuerzo pastoral realizado.
Otras muchas instituciones quedan en el tapete, la lista es larga, tan extensa como su mandato episcopal, en Valparaíso como Obispo, en Santiago, como sucesor del primer Cardenal José María Caro, su misión fue, como su lema “La caridad de Cristo nos urge”
¡Raúl amigo el pueblo está contigo!
Si, efectivamente el pueblo estaba con él, reconoció en este líder espiritual, la persona clara, transparente, seria, incorruptible, que jamás se dejó intimidar por nadie, menos influenciar por los orejeros de siempre, los infaltables que pululaban en medio de la autoridad religiosa con truculentos propósitos arribistas.
Si, efectivamente la gente, los católicos, los cristianos de cualquier raza, color, u otra religión, se dieron cuenta que estaban frente a un hombre que aún vestía sotanas pero que tuvo un carácter indestructible, para enfrentar los peores desafíos, a los que fue sometido nuestro país en la larga noche oscura de tristeza que sufrimos.
Nada le fue fácil, desde su primer intento para entrar al Seminario, que fue rechazado por un malestar en las rodillas, hasta la consagración como sacerdote Salesiano, que lo asume en Italia, al inicio de la segunda Guerra Mundial, con toda una larga y dura travesía para volver a su patria,
Al igual que San Alberto Hurtado, este recién iniciado cura de pueblo, impactado por la pobreza que vivía gran parte de la población chilena, sin alimentación, explotados y hacinados, en cité, cuevas, campamentos o las mal llamadas poblaciones callampas, dió inicio a toda una campaña con Caritas, para llevar a los humildes hogares, un pedazo de pan.
Se comprometió durante toda su gestión, con la Educación Gratuita, para erradicar la miseria endémica, creando colegios; fue su claro propósito, dar oportunidades a los hijos e hijas de los obreros, de los campesinos, de los marginados de todos aquellos niños y niñas que nunca jamás tendrían la esperanza de aprender a leer.
Repetía una y otra vez. “Solo con educación los haremos libres.”
Organizó sindicatos, cooperativas de viviendas, de consumo, de ahorros, de producción, de salud. Fue junto a su amigo el Obispo Larraín, el iniciador de la Reforma Agraria, en los fundos que poseía la Iglesia Católica, entregándoles la tierra para quien la trabajaba, a los peones, inquilinos explotados durante siglos, por la oligarquía de la época.
Por esas acciones y muchas más, en bien de sus compatriotas lo sindicaron como el cura rojo, porque se atrevía a denunciar en sus Homilías, con una valentía inusual, las crueles verdades que golpeaban las sucias conciencias de una sociedad impertérrita.
Le tocó enfrentar la peor Dictadura, que mal parió Chile el 11 de septiembre de 1973, cuando las Fuerzas Armadas dan un golpe de Estado al gobierno constitucional de Salvador Allende, bombardeando La Moneda, muere el Presidente y se inicia la noche de los cuchillos largos, persiguiendo y asesinando, a todos los que pillaron en su horroroso camino de tortura, a sangre y muerte.
La defensa de los derechos humanos de los perseguidos políticos, ocupó gran parte de su tarea Obispal. Enfrentarse a los esbirros de la DINA manejada por el siniestro coronel Manuel Contreras, y después la CNI, fue una labor gigantesca, que permitió salvar muchas vidas humanas.
Chile le debe mucho a nuestro preclaro Cardenal, por eso, no debemos olvidarlo. Su imagen debe ser cuidada, y respetada, para el conocimiento de las futuras generaciones,
¡Raúl amigo el pueblo siempre estará contigo!
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