Estamos prontos a conocer la Política Nacional de Derechos Humanos que presentará la Presidenta Bachelet, la cual muy posiblemente llevará implícita una visión de sociedad que se busca construir. Al respecto, se nos presentará una oportunidad para pensarnos, en nuestras limitaciones y posibilidades, desde la solidaridad.
Sí, ¡un repensar en el nosotros! Recordemos que la solidaridad no es otra cosa que una adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, en particular, de quienes viven injusticias o quienes sufren. Es decir, conlleva amistad cívica y fraternidad. Es mucho más que movimientos sociales convocados por intereses propios, que organizados en un colectivo obtienen capacidad de negociación.
Partamos con un acercamiento a los derechos humanos desde la concepción de Raymond Aron, quien entiende la solidaridad o respeto por los derechos humanos en relación al ser.
Es decir, éstos existen en la medida que la mujer y el hombre es, y no según su función social. Esta mirada nos ofrece el camino al entendimiento de la solidaridad desde una perspectiva del humanismo integral, por cuando se fija en las necesidades y realidades de las personas dentro de la sociedad. Por ello, la solidaridad requiere la conexión con el otro, y así tejer la comunidad, un encuentro que crea una unidad de valores.
En contraposición a dicha aproximación, están las respuestas a los derechos humanos desde el historicismo, es decir, estar relacionados con los valores o principios de cada tiempo, lo que en definitiva significaría que los derechos humanos de hoy no tienen por qué ser los mismos de mañana o de los que fueron reconocidos en el pasado.
Desde esta perspectiva ser solidarios no tiene sentido, puesto que las realidades del sujeto se construyen, por tanto la empatía con el otro es relativa y el mismo conocimiento de la comunidad pierde relevancia, toda vez que esta se puede crear a imagen y semejanza de la ideología que construye realidad. El enfoque no está en conocer las necesidades de las personas, sino crear al “hombre nuevo”.
Es por ello que la Política Nacional de Derechos Humanos que se nos presentará dentro de poco, permitirá ampliar la discusión respecto a nuestra mirada de sociedad.
En efecto, preguntarnos por la situación en la que están las personas de edad avanzada (adultos mayores), pasando por quienes están privado de libertad, jóvenes vulnerados en sus derechos, entre tantos más. Hasta incluso preguntarnos por los derechos de los que están por venir (intergeneracional).
Es decir, debiéramos aprovechar de levantar la discusión política e intentar mirar el todo social.
Resulta evidente que vivimos una precaria comunidad, puesto que hemos normalizado que algunos gocen de la sociedad (en términos relativos), mientras otros quedan al margen o rezagados.
No solamente quienes comprenden la dinámica social desde el conflicto o lucha de clases son capaces de comprender que el individualismo está creando condiciones de indiferencia frente al prójimo.
Es más, desde el humanismo cristiano la interpretación de dicha dinámica social no está predeterminada, sino que nos hemos deshumanizados en un mal empleo de la libertad, pero a través de la misma podemos retomar el sentido de comunidad y poner en el centro de ocupación de las políticas públicas a los desheredados, a los que no marchan o no tienen capacidad de hacerse oír. Retrotrayendo el individualismo tan característico de estos tiempos.
El entendimiento de la sociedad no se otorga a través de la respuesta a la pregunta acerca de sí somos más ricos que ayer, como generalmente se discute desde la economía, sino si somos más solidarios, actitud lejana a la mera caridad, puesto que la solidaridad lleva implícita la justicia social.
Por todo ello, la presentación del Plan Nacional de Derechos Humanos será una invitación a salir de nuestra zona de confort reflexivo, para profundizar en una discusión que a ratos se nos presenta como demasiada liviana respecto de nuestros propósitos y objetivos societales.
El Plan Nacional propondrá una ruta sobre la cual discutir la protección de derechos y las responsabilidades que todos debemos asumir.
En conclusión, su presentación será una oportunidad para demostrarnos que no hemos perdido del todo el concepto bien común.
Este punto es crucial para dar un sustento filosófico (ahondar en las causas últimas) que nos permita demandar y reivindicar normas más ajustadas a nuestra naturaleza, sin solicitar “clemencia” o “misericordia”, sino que simplemente apelar a la dignidad propia del ser humano, y desde allí proponer y demandar políticas a escala humana. La invitación es a pensar nuevamente en el nosotros.
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