En relación a las últimas denuncias de acoso sexual realizadas por 8 mujeres hacia el director y productor chileno Nicolás López, quisiera reflexionar sobre una pregunta que se instala de manera casi inmediata, muy insistentemente y no siempre bien intencionada en la opinión pública, ¿por qué una víctima de violencia de género se demora en denunciar?
Es fácil constatar que esta pregunta emerge cada vez que aparecen denuncias sobre abusos sexuales sufridos en la infancia, cada vez que se toma noticia de casos de violencia sufrida por las mujeres por parte de sus parejas o ex parejas y, al igual que en los últimos días, cada vez que enfrentamos denuncias de acoso sexual. Una pregunta, por consiguiente, que siempre emerge cuando se trata de casos que implican violencia de género en sus múltiples formas.
Hay muchas razones para que la denuncia de estos casos tarde en realizarse. Tantas y tan contundentes, que muchas de esas denuncias jamás serán verbalizadas.
Para que una denuncia de violencia pueda ser realizada, se necesita de una sociedad que la vea con claridad y sin ambigüedad, que no dude quién es la víctima y quién el victimario, y que esté dispuesta a terminar con ella. Como estas condiciones aún no están garantizadas en nuestro país, no toda víctima encuentra el escenario para denunciar.
Considerando eso, podemos entender que una víctima calla porque tarda en darse cuenta que lo que ha ocurrido es un hecho de violencia. Si la sociedad duda, una víctima duda.
Podemos entender que una víctima tarda en entender que eso que le ha sucedido nunca debió haberle sucedido, que no es responsable, que no es su culpa porque, si la sociedad naturaliza y minimiza la violencia, la víctima naturaliza y minimiza. Si una sociedad no es clara atribuyendo al victimario la responsabilidad de la violencia, la víctima se culpabiliza.
También podemos entender que una víctima tarde en denunciar por miedo a las represalias del agresor y de su entorno. Una sociedad que tiene relaciones de poder tan desiguales, que se sostienen en la lógica de un patriarcado que sitúa al hombre en un lugar de dominio, hace del silencio una medida de protección para la mujer. Hablar puede costarle demasiado: su carrera, su trabajo, su familia, su vida.
En este escenario, el miedo de la víctima a que no se dé credibilidad a su denuncia es un miedo real. Una sociedad que sospecha de antemano de la veracidad de una mujer, de su inocencia, produce silencio.
También podemos entender que una víctima demore en denunciar, porque el sistema de justicia no la protege. En vez de ser un lugar de protección y reconocimiento, por momentos es un lugar reproductor de la violencia.
En definitiva, la víctima carece de una comunidad que la acoja.
Que haya mujeres valientes que se atrevan a denunciar es algo que debería removernos.
Los hechos que denuncian son los que deberían escandalizarnos y no los tiempos que demoraron en hacerlo.
Una mujer que denuncia, una mujer que se expone al escrutinio público, es una mujer que dice ¡basta! Es una mujer que intenta romper el círculo de la violencia.
De nuestra capacidad de construir comunidad depende que ese círculo se rompa. Para ella, para las que no se atreven a hablar y, sobre todo, para que las niñas puedan tener una vida distinta a la nuestra.
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