El dilema de la perfección

"Perfectos. Todos son perfectos", dijo el samurái mientras agonizaba. Pasó su vida buscando la flor de cerezo perfecta, y herido de muerte tras su última batalla, contempló frente a él un árbol con decenas de aquellas flores que le mostraron, antes de partir, que la perfección está en todo lo que existe. Esta poética escena de la película "El último samurái" dista mucho de nuestras propias reflexiones.

Lo perfecto siempre ha sido una meta en el ser humano, desde la kalokagathía griega con su canon de belleza y virtud moral, hasta el ideal de perfección posmoderno medido por seguidores y likes. Hoy el mandato es el de la sociedad de consumo, competitiva y banal, que nos dice "produce, mantente joven, ten objetivos y lógralos, sé siempre feliz" aprovechando las fuerzas de nuestro inconsciente; el súper yo por una parte, cuya voz es la de la exigencia que nunca se satisface, que nos reitera "no puedes", "no mereces", "no sabes", y por otra, el yo ideal, la voz que nace de nuestro narcisismo y nuestros referentes, siempre anhelante de aquello que no está realizado, de aquello que no es.

Así como el samurái que buscaba la flor perfecta, nosotros buscamos día a día nuestra propia perfección. El yo ideal nos impulsa a ser quienes no somos en el presente con la esperanza de ser en el futuro quien realmente quisiéramos ser. No por nada entre los libros top 10 en ventas en Chile durante septiembre están "Cómo hacer que te pasen cosas buenas", "Deja de ser tú" o "Hábitos atómicos", herederos de fenómenos como "El Secreto" o "El Poder del Ahora".

Recetas, hay muchas ¿Y los resultados? Es posible encontrar la flor perfecta, pero únicamente si logramos algo fundamental: Abandonar el sufrimiento. Ya Buda nos lo dijo, pero no lo hemos entendido del todo todavía, o más bien, cómo conseguirlo. Antes, debemos comprender la dinámica del dilema de la perfección y el rol del sufrimiento en ella, teniendo en cuenta sobre todo el lugar donde se da, nuestra mente dual, el terreno minado que nos corresponde superar.

Muchos libros la abordan -otro top 10 es "Recupera tu mente, reconquista tu vida"-, pero más que entender cómo funciona la mente y la corteza prefrontal, las hormonas del ánimo implicadas o tips para "gestionar" las emociones, si no despertamos nuestra consciencia y develamos el misterio, siempre estaremos anhelantes de lo que no somos. "El problema que le veo a la autoayuda en forma de libros es que manejan conceptos e ideas que, siendo positivos, chocan mucho con la sociedad en que vivimos y son susceptibles a interpretarse desde otras coordenadas y generar aún más sufrimiento en forma de expectativas no alcanzadas", comenta alguien en un blog sobre el libro "El monje que vendió su Ferrari" otro súper ventas.

"Expectativas no alcanzadas", he ahí la clave. Más allá de la sociedad de la inmediatez en que vivimos que nos alienta a la obtención del logro instantáneo, este problema es parte del ser humano desde siempre, alcanzar la perfección porque asumimos que no somos suficientes al no cumplir con el "deber ser" que nos ha impuesto el afuera. Da igual el ámbito; perfectos cuerpos, perfectas relaciones, perfectos trabajos, perfectas vidas, todo lo que sea que no somos o tengamos comienza a crecer en nuestro interior como un cilicio, ese instrumento de penitencia para producir una mortificación corporal, oculto bajo la ropa, que mientras más hiere, más placer provoca. Cualquiera diría que no tiene sentido ¿Por qué algo que nos hiere, nos produciría placer?

El dilema de la perfección habita en nuestra mente porque está condicionada, ya que hemos sostenido un patrón conductista basado en el modelo ego–pensamiento–posesión; cualquier cosa que pensemos, cualquiera, de modo inconsciente nos apropiamos de ella y el ego asume que es suya, como un software que genera data y no discrimina aquella información, sólo la acumula. El resultado, es una mente saturada de pensamientos discordantes con nuestra consciencia, y esa discordancia entre lo que pensamos y lo que sentimos, nos impulsa a querer solucionar la incongruencia, y al querer cambiarla, nos apegamos más al dilema, que lejos de resolverse, se fortalece.

"Lo que resiste, persiste" dicen por ahí, y por ello el samurái nunca encontraba la flor de cerezo perfecta; nuestra insatisfacción, esa expectativa no alcanzada, genera sufrimiento ya que éste corresponde a nuestra identificación con aquello que llevamos escondido, con nuestros pensamientos discordantes.

¿Hay solución? Si antes de morir el samurái logró ver la perfección, fue porque tomó consciencia de su propio ser y lo sintió congruente con el afuera, es decir, salió de la mente dual y se unió con el todo, descifrando así que la perfección no existe y que a la vez existe, que sólo es una programación mental que califica algo en función de otra cosa, y que si logramos salirnos de la mente y observar(nos) en modo consciencia, logramos el desapego de la idea de la perfección. Observen sus pensamientos, no hagan nada con ellos, sólo obsérvenlos; habrá ideas creativas, pasado, futuro, tonterías, pero déjenlos ir, no se identifiquen con ellos. La práctica diaria de la autobservación sin juicio permitirá que la consciencia emerja, que no es más que nuestro Ser auténtico en aceptación de sí y del afuera tal como son.

Termina septiembre y los cerezos han florecido. Yo, siempre los he encontrado perfectos.

 

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