Clientelismo electoral, ¿todo vale en la carrera electoral?

La dialéctica del Amo y el Esclavo, desarrollada por Hegel (1807), muestra cómo las relaciones de poder asimétricas generan una dependencia mutua entre dominador y dominado, donde la lealtad se convierte en una norma social. Esta lógica de subordinación disfrazada de reciprocidad se refleja en intercambios desiguales -favores por compromisos- y resulta especialmente relevante de cara a las elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre en Chile, donde es clave reflexionar no solo sobre el voto ciudadano, sino también sobre la calidad en la gobernabilidad y la integridad de las estrategias de gobernanza ofrecidas por las candidaturas.

Cuando la acción política se reduce a ayuda condicionada en lugar de abordar problemas estructurales, se corre el riesgo de perpetuar un clientelismo perverso. Este va más allá del asistencialismo y se convierte en una práctica política basada en intercambios materiales y simbólicos que, aunque parezcan beneficiosos, son una forma interesada de "amistad política".

En este sentido, resulta fundamental revisar esta dinámica sociopolítica desde el marco de una ética pública robusta y una democracia plena. Solo así se podrán fiscalizar y prevenir los efectos nocivos de las redes clientelares, donde políticos, tecnócratas y burócratas canalizan no solo sus esfuerzos, sino también recursos -muchas veces fiscales o derivados del sistema mercantil- hacia procesos electorales cuyo objetivo es acceder al poder gubernamental y, con ello, al control de la administración pública.

Esta situación se agrava ante ciudadanías marcadas por la desafección política, el distanciamiento del interés colectivo y una creciente orientación hacia fines utilitaristas e individualistas. Esto impide un ejercicio sustantivo del derecho a participar e incidir en la toma de decisiones. Así, se abre paso a la corrupción, la falta de probidad y el cohecho, fomentando el abuso de autoridad y la instrumentalización de los cargos públicos, lo que perpetúa un clientelismo que profundiza las desigualdades, las vulnerabilidades y la vulneración de derechos.

Este fenómeno no se limita a los sectores vulnerables; también afecta a la clase media y acomodada, como en el nepotismo. Superar este vicio requiere que la ciudadanía exija propuestas políticas diferenciadas, sostenibles y coherentes de los candidatos, junto con una evaluación crítica de sus trayectorias y una exigencia de coherencia ético-política a los partidos.

Al votar, debemos pensar a largo plazo, buscando fortalecer la institucionalidad pública y el sistema democrático para garantizar una sociedad justa, equitativa y próspera para todos.

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