Hace unos días escuché a dos personas discutir en el metro de Chile sobre la ordenanza del presidente argentino, Javier Milei, de eliminar el lenguaje inclusivo y cualquier alusión a la perspectiva de género dentro de su gobierno. Las dos personas señalaban que "daba lo mismo", "que era una cosa menor porque es un gesto superficial".
Obviamente no es algo inocuo. ¿Por qué? Porque una decisión de esa naturaleza frena el avance histórico en la reivindicación de las mujeres y de las disidencias que se inauguró desde el siglo XIX con la movilización de las mujeres sufragistas por el derecho a voto, instancia que promovió la lucha por la igualdad de género. Esto se intensificó con el movimiento feminista en el siglo XX y las luchas también de las disidencias sexogenéricas en diferentes países en la segunda mitad de ese siglo.
La inclusión de la perspectiva de género -pese a que podamos ser críticas también de su implementación en las últimas décadas, el ensimismamiento en una visión identitaria femenina y la despolitización que también ha conllevado- sin duda, ha posibilitado caminar, a paso lento, hacia un reconocimiento de diversas injusticias, violencias y desigualdades generizadas en nuestras sociedades.
La inclusión de una perspectiva que considere estos procesos de diferenciación social desde un prisma de género permite que las políticas, programas e intervenciones del Estado puedan ver, diagnosticar e incidir las desigualdades que instaura a nivel macro y microsocial, un sistema sexista, patriarcal, y hetero(cis)normado. De esta manera, se avanza en acciones equitativas para las personas ciudadanas que comparten un territorio, independientemente de su género.
Si bien aún estamos lejos de la llamada "igualdad de oportunidades" que tanto eco causó en su momento la conferencia mundial de la mujer en 1995 en Beijing, ni siquiera podría ser pensada como política pública si no considerase una perspectiva de género que esté transversalizada en los diferentes aparatos públicos.
Sin una visión de género a nivel gubernamental estaríamos ciegas/os a las desigualdades de géneros en el acceso y permanencia en la educación, el empleo, la salud, la justicia, protección ante las violencias, la representación política, entre otras áreas. Esas disparidades sólo aparecen cuando usamos un lente que nos permite precisamente verlas, reconocerlas, analizarlas y buscar caminos de rectificación para éstas.
Uno de esos lentes puede ser la perspectiva de género. Y ahora último, otra posibilidad son las perspectivas interseccionales que intentan comprender no sólo las relaciones de género sino como éstas se vinculan a relaciones de poder de clase, procedencia nacional, pertenencia indígena, capacitismos, entre otras. Con ese reconocimiento, se pueden ensayar formas para abordarlas efectivamente.
Por otro lado, ya desde hace unas décadas en algunos países para visibilizar y avanzar en el reconocimiento social de identidades no binarias (que no se rigen por la dicotomía hombres-mujeres) se comenzó a utilizar diversas formas lingüísticas que no fueran el viejo genérico masculino ("todos") ni tampoco las formas binarias las/los. Así emergieron formas que llevaron al uso de la "x" ("lxs"), el signo @ ("l@s"), la letra "a" como genérico de la humanidad ("todas" las personas) y en los últimos años, la letra e ("todes"). Obviamente estos usos nacieron de las reivindicaciones de los colectivos de las disidencias sexogenérica que apelaban a que las identidades y orientaciones sexuales fueran reconocidas más allá del marco heterosexual y el binario "hombre-mujer".
Y es que efectivamente, aunque su uso no sea extensivo y a muchas personas les cueste asimilarlo, permite dar visibilidad simbólica en nuestros contextos de aquellas personas que no se identifican con las normas tradicionales de género y sexualidad.
Su utilización más que una pataleta lingüística o un uso superficial -como los dos contertulios que escuché en el metro de Santiago argumentaban sobre la ordenanza de Milei-, permite que personas de las disidencias sean reconocidas como legítimas ciudadanas. El uso del lenguaje inclusivo permite dar un pequeño paso en el respeto a las identidades y orientaciones sexuales, aunque sólo sea eso, un paso. Porque las violencias y discriminaciones que los colectivos LGTBI+ y no binaries viven cotidianamente, requiere mucho más que eso: una transformación estructural que permita cuestionar la matriz de desigualdades en la que sus vidas transitan.
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