Desempleo femenino

Mes a mes, casi con ansiedad, esperamos los indicadores de desempleo femenino. No solo queremos saber qué realidad enfrentarán las jóvenes y adultas que buscan insertarse en el mercado laboral -especialmente nuestras tituladas-, sino también encontrar respuestas y proyectar líneas de acción que permitan revertir o al menos mitigar el escenario actual.

Pero las cifras desalientan. El reciente informe Zoom de Género, elaborado por Fundación Chilemujeres, junto al Observatorio del Contexto Económico de la Universidad Diego Portales (OCEC UDP) y la Cámara de Comercio de Santiago (CCS), reveló un preocupante aumento en la tasa de desempleo femenino: 10,1% en el trimestre marzo-mayo, el nivel más alto desde la pandemia en 2021. Además, los medios informan que el número de mujeres desocupadas creció de casi 350 mil en 2022 a 423 mil actualmente, mientras que la informalidad aumentó de 1.054.910 a 1.105.690 mujeres.

Sí, es cierto que la fuerza laboral femenina sumó 300 mil mujeres, alcanzando los 4 millones. Pero ese crecimiento era esperable: la pandemia redujo la participación laboral femenina de 53% a 41%, y su recuperación era una tendencia proyectada. Entonces, ¿por qué no se anticiparon medidas paliativas? ¿Por qué no se actuó frente a lo que claramente se veía venir? La situación es crítica: el desempleo de larga duración entre mujeres alcanza casi el 40%.

El estudio citado entrega más señales de alerta. Un tercio de las mujeres desocupadas tiene entre 25 y 34 años, lo que evidencia un deterioro especialmente grave en la inserción laboral de las jóvenes. Las cifras son aún más preocupantes entre madres de niños pequeños y mujeres que no son las principales proveedoras del hogar, lo que confirma que el cuidado no remunerado sigue siendo una barrera estructural. Y aunque el desempleo es mayor entre quienes no tienen educación superior, incluso entre las mujeres con estudios superiores la tasa alcanza el 8,7%, superando el promedio masculino -con y sin estudios- que fue de 8,1% en el mismo periodo.

Cuesta creer que nadie haya previsto que el bajo dinamismo económico y el estancamiento de la productividad limitarían la recuperación de un segmento laboral tan golpeado como el femenino. No es razonable pensar que no se esperaba el retorno de las mujeres al mercado laboral tras la emergencia sanitaria. Tampoco es lógico que hayan pasado casi tres años para que esto sea noticia, considerando que a agosto de 2025 el empleo femenino acumula más de 30 meses de incrementos anuales en la desocupación.

Hay temas estructurales que no podemos seguir esquivando, como la sala cuna. No podemos seguir vinculando su costo a la contratación femenina. Es de toda lógica extender este beneficio a madres y padres trabajadores. También hay medidas contingentes que pueden marcar una diferencia: focalizar recursos y programas de empleo, capacitación y reconversión en mujeres, especialmente jóvenes y madres.

La educación superior técnico-profesional, por su duración y vínculo con la industria, ofrece la flexibilidad necesaria para capacitar o recapacitar eficientemente a nuestras mujeres, muchas de ellas adultas trabajadoras. Su vigencia y progreso son parte de nuestro compromiso. No podemos seguir haciendo la vista gorda. Los 30 meses me recuerdan un viejo dicho, y se me viene a la mente la imagen de una vaca inmóvil viendo pasar el tren, con la mirada perdida, sin intervenir en lo que ocurre a su alrededor.

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