El liderazgo en las organizaciones está en un punto de inflexión. Ya no basta con dirigir desde la estrategia y los números: hoy, los líderes deben ser capaces de movilizar sentido, conectar con las personas y sostener culturas que inspiren. Aaron Hurst, socio de Almabrands y autor del libro "The Purpose Economy", visita Chile por estos días, como speaker principal del XXVII Congreso de Organización y Personas de ICARE, y plantea que las personas ya no buscan únicamente un trabajo estable o un salario competitivo, sino un porqué, un propósito: la posibilidad de encontrar sentido y trascendencia en lo que hacen.
Su planteamiento cuestiona la manera en que hemos entendido tradicionalmente el liderazgo, demasiado centrado en la eficiencia y distante de lo realmente humano.
Esa mirada conecta con los hallazgos del Purpose Index 2025 de Almabrands: más de la mitad de los chilenos no se siente realizado en su trabajo actual, y la brecha entre directivos y colaboradores en la percepción de propósito es alarmante. Mientras los altos cargos declaran sentirse parte de un trabajo con impacto y proyección, gran parte de los mandos medios y equipos operativos sienten lo contrario. Esta distancia erosiona la confianza, alimenta la desmotivación y genera una desvinculación silenciosa que amenaza la productividad y sostenibilidad empresarial.
La pregunta que emerge es sencilla y desafiante: ¿Qué clase de liderazgo estamos cultivando? Porque tener una mentalidad de propósito no puede ser un privilegio de unos pocos, sino una experiencia compartida por todos en la organización. Una cultura sana y sostenible se mide, precisamente, por la capacidad de acortar esas brechas y de hacer que cada persona se sienta parte del mismo proyecto.
El reciente reporte de Gallup y el World Governments Summit 2025 agrega otra dimensión reveladora: los seguidores esperan de sus líderes tres cualidades esenciales -ética, empatía y capacidad de generar confianza-. No piden perfección ni discursos grandilocuentes, sino coherencia. Las personas quieren líderes accesibles, que sepan escuchar, que se hagan responsables de sus errores y que, sobre todo, conecten desde lo humano. La ética y la empatía, cuando son reales, se convierten en la base para construir legitimidad y compromiso.
Este desafío no es solo para los líderes actuales, sino también para la próxima generación. Los jóvenes hoy no conciben el liderazgo como poder, sino como servicio; no lo entienden como control, sino como la capacidad de movilizar causas y personas hacia algo más grande que ellos mismos. Para muchos, trabajar en una empresa sin propósito es simplemente inaceptable, y cada vez son más los que priorizan culturas organizacionales alineadas con sus valores, muy a la par con la estabilidad económica.
El liderazgo que se requiere hoy en Chile y en el mundo es uno que combina visión estratégica con humanidad, que entiende que la productividad surge de la motivación y del compromiso genuino de las personas. Hablamos de líderes que cultivan confianza, que generan espacios de reflexión, que se atreven a hablar de propósito personal y organizacional como una misma conversación, sin temor y con valentía.
Se vienen las elecciones, presidencial y parlamentarias, en Chile. Todo esto que escribo, lo hago pensando en los líderes que deben dirigir organizaciones de distintos tamaños; para ejecutivos que deben hacer el cambio de switch para salvar a su organización del silencioso camino de la improductividad asociada al desencanto personal; y corre asimismo para aquellos que quieren ocupar grandes cargos y responsabilidades a nivel país. El mensaje es para aquellos líderes que se precian de tales, a los candidatos, pero también a los votantes, para que sepamos ver en profundidad si aquel que enarbola discursos, muchas veces vacuos, tiene lo necesario para liderar bajo los desafíos de hoy.
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