Fin a la banca central

¿Cuántas crisis más necesitamos para asumir que los ciclos económicos y la falta de movilidad social se deben a la manipulación del flujo de dinero y crédito por parte de los bancos centrales? En una economía libre, sin intervención de un banco central, los precios de los bienes y servicios (incluido el precio del dinero) se fijarían en función de la oferta y demanda de los oferentes y demandantes.

En el caso del dinero, su precio se fijaría en función de la inversión y el ahorro del momento en el que se presta dinero. Es decir, aquellos que hayan ahorrado fijarán la tasa de interés para los emprendedores que requieran financiamiento.

Si esto fuese así, se alinearía el incentivo de quien se privó de consumir en un determinado momento para luego invertir en un emprendedor que le parezca rentable; es decir, que sea capaz de devolverle el capital más un porcentaje de interés. A su vez el emprendedor, si no ha ahorrado lo suficiente aún, podría echar a andar su negocio.

De esta forma, tanto prestamista como prestatario están interesados en el éxito de la empresa. Se contrataría a los más capaces y las personas verían valor detrás de formarse.

El problema se origina cuando esta relación virtuosa es rota por la expansión artificial del crédito, es decir, cuando se comienza a conceder créditos a inversionistas que no han ahorrado previamente. Esto parece contraintuitivo, dado que ¿cómo podría prestarse lo que alguien no ha ahorrado?

Pues bien, el actual sistema permite por ley que el Banco Central imprima dinero que no existe (disminuyendo el poder de compra de los ahorrantes y haciendo más baratas las deudas de los deudores). Asimismo, permite que la banca privada preste más dinero del que realmente posee (sistema de reserva fraccionaria -permite prestar hasta 10 veces más dinero que el que los bancos realmente disponen-).

Estos dos mecanismos estimulan inversiones sub-óptimas, sin proyecciones reales de retorno de capital; y al no ser dinero ahorrado lo que fluye desde un ahorrador hacia un emprendedor, sino crédito en forma de depósito (sustituto perfecto del dinero), ni el banco ni el tomador del crédito tienen nada que perder, puesto que no tuvieron nada que prestar originalmente.

Sin embargo, al conocer pocas personas en este mundo el sistema de reserva fraccionaria, ofrecen su trabajo y se capacitan para trabajar en estas empresas improductivas a cambio de depósitos como si fuese dinero. Mientras nadie vaya a reclamar dinero al banco, y el crédito esté barato gracias a la intervención del Central, el gobierno tiene buenas cifras de crecimiento y empleo que mostrar. Hasta que viene la crisis, la parte mala del ciclo.

Cuando los mercados (sobre todo el bursátil) comienzan a darse cuenta de que el grifo del crédito comenzará a cerrarse y que lo hará por un buen tiempo, se inician los desplomes en bolsa y los retiros masivos de dinero para comprar activos que resguarden valor durante la que será la posterior crisis.

Entonces se evidencia la falta de liquidez real y la mala asignación de créditos; comienzan a quebrar las empresas no rentables, algunos bancos (otros gozan del privilegio de ser rescatados con impuestos), comienzan los despidos, y comienza la crisis económica.

Reflexión

Para concluir quisiera señalar que uno de los efectos más perversos de este ciclo es que se castiga al emprendedor productivo, al ahorrador responsable y al inversor competente; mientras que se premia al especulador que sabe cuándo tomar créditos (sin haber ahorrado), para comprar determinadas acciones que se inflan por retornos de mediano y largo plazo que nunca llegan en la mayoría de los casos.

Y en el camino, millones de personas honestas, estudiosas y trabajadoras habrán perdido años de vida sin entender que el ahorro y el trabajo duro no te llevarán tan lejos (económicamente), como saber tomar un crédito y ser bueno especulando y apostando.

Todo lo anterior marca los incentivos de la sociedad completa, premiando al apostador y castigando el trabajo duro y el ahorro. Y aquí estamos.

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