¿No ocurrió?

Manuel Riesco
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El “crash” de Wall Street del 5 de febrero del 2018 ha anunciado la inevitable corrección de la inmensa sobre valoración de activos financieros globales, la principal distorsión remanente a medida que las economías desarrolladas se recuperan a tropezones de su crisis secular iniciada con el siglo.

Ello está resultando ominoso para economías y sistemas políticos, especialmente en países emergentes que por causas parecidas sufrieron la “década perdida” de 1980.

Chile sufre sus consecuencias y aunque se ha escapado hasta el momento de una crisis económica y política mayor, no se aprecia todavía una reacción responsable de su élite ante la gravedad de la situación. 

La corrección bursátil de febrero no fue menor. Originó una caída semanal superior al 10 por ciento, la más violenta en ese lapso que registran las bolsas estadounidenses. Puso término al período más prolongado de recuperación con mínima volatilidad en los mercados mundiales, que un mes después siguen remecidos por fuertes turbulencias.

Sin embargo, las bolsas desarrolladas continúan en los niveles más elevados que se tenga registro, cualquiera sea el indicador que se utilice.

Medidas por el índice MSCI World expresado en dólares corregidos por el IPC estadounidense, a fines de febrero del 2018 todavía igualan su récord de inicios del año 2000 en vísperas del estallido de la burbuja “punto com”, por encima de su máximo de octubre del 2007.

Los fondos AFP más riesgosos perdieron en febrero un cuarto de lo ganado desde entonces, pero siguen sobrevalorados. 

El índice ajustado de precio/ganancias (CAPE) que compila Robert Schiller en la Universidad de Yale, terminó febrero con un valor 33,41 después de haber alcanzado un máximo de 33,76 en enero, significa que el precio promedio de las acciones equivale a más de 33 años del promedio móvil de 10 años de ganancias de las empresas subyacentes, ambos por encima del valor 32,56 alcanzado en septiembre de 1929 en la víspera de la Gran Depresión, aunque todavía por debajo del máximo histórico de 44,2 alcanzado en diciembre de 1999, en la víspera del estallido de la burbuja “punto com”.

La sobrevaloración afecta a todos los activos financieros, el principal de los cuales aparte de las acciones es la deuda de gobiernos, empresas y personas, que ha alcanzado niveles insostenibles.

Citando al Instituto de Finanzas Internacionales (IIF por sus siglas en inglés) del Banco de Pagos Internacionales (BIS), Martin Wolf, editor del Financial Times señala que al tercer trimestre de 2017 el stock global de deuda había alcanzado a 318 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial, superando ampliamente el 278 por ciento del año 2007.

Tras la crisis y consecuencia de la misma, la deuda de gobiernos ha subido desde 58 por ciento del PIB en 2007 a 87 por ciento del mismo, al tiempo que la deuda de empresas no financieras ha subido de 77 a 92 por ciento del PIB global.

Al mismo tiempo el endeudamiento de hogares ha subido apenas de 58 a 59 por ciento, y el del sector financiero ha bajado de 87 a 80 por ciento del PIB global. 

Ello debería hacer caer fuertemente el precio de los bonos, sin embargo y aunque se corrigió en febrero junto con las acciones, el precio de los mismos se encuentra aún en niveles “asombrosamente elevados” como escribe Wolf en la nota antes citada.

Consecuentemente, el denominado ‘rendimiento (yield)’ de los bonos, la tasa de descuento que iguala el valor presente de los cupones, es decir, los pagos fijos comprometidos por el deudor que incluyen la tasa de interés pactada, con el precio al que se transan los bonos en cada momento, se encuentra en niveles bajísimos, aún cuando recientemente han subido en la misma medida que caía el precio de los mismos. 

Wolf llama la atención que el rendimiento de los bonos estadounidenses a 30 años es apenas 3,1 por ciento, parecido a los bonos italianos, mientras el rendimiento de los bonos alemanes es apenas 1,4 por ciento, de lo cual concluye que “no hace falta mucha imaginación para visualizar un salto masivo en estos rendimientos”, lo que equivale a una caída equivalente de los precios de los mismos.

Hay que considerar que dichos rendimientos son nominales, es decir, al descontar la inflación esperada los mismos resultan cero o negativos.

Una caída en el precio de los bonos afectará sin duda la cuota del fondo de pensiones E, invertido mayormente en esos instrumentos, aunque también y quizás más a los fondos más riesgosos, puesto que las bolsas caerán a la par. 

Los fenómenos descritos están determinados principalmente por el movimiento real de las economías desarrolladas, que todavía generan cerca de dos tercios del PIB mundial y concentran una proporción mucho más elevada aún de los activos financieros globales.

Continúan agitadas por los coletazos de su más reciente “crisis secular” iniciada con el siglo y de la cual se vienen recuperando durante la década en curso. Desde entonces las bolsas desarrolladas han experimentado dos grandes caídas sucesivas, 2000-2003 y 2007-2009, cada una seguida de una recuperación. A pesar de su larguísima y oscilante recuperación desde su mínimo de marzo del 2009, recién a fines del 2017 recuperaron su nivel real de inicios del 2000. 

El movimiento real de la economía estadounidense, que es de lejos la más grande y representa todavía más de un quinto del PIB mundial, se refleja asimismo de modo muy preciso en la proporción de asalariados ocupados en la población mayor de 16 años, indicador que muestra claramente las dos caídas y recuperaciones sucesivas mencionadas, pero se encuentra todavía significativamente por debajo de su máximo histórico alcanzado en diciembre de 1999, antes del inicio de la crisis secular.

Hay bastante consenso entre quienes siguen este movimiento con objetividad, como los editorialistas del Financial Times, por ejemplo, que la actual corrección continúe ahora mismo o a más tardar en pocos meses en una nueva caída, antes de dejar atrás definitivamente la crisis de los 2000 e iniciar una verdadera recuperación secular como la que tuvo lugar en las décadas de 1980 y 90. 

La porfiada sobrevaloración de activos financieros globales se debe principalmente a la política monetaria expansiva de los bancos centrales de los países desarrollados, que en esta ocasión se vieron forzados a intervenir con una emisión monetaria aún más masiva de la que siempre se requiere durante las crisis, debido a la incapacidad que han manifestado los gobiernos “liberales” para enfrentarla con un estímulo fiscal de la magnitud requerida, como hizo Roosevelt en los años 1930. 

Como demostró Keynes y han recordado ahora con angustiada insistencia economistas como Krugman y muchos otros - y ha resistido tenazmente la “industria” financiera -, la masiva expansión fiscal deficitaria es una medida adecuada durante las crisis, puesto que ayuda a sostener la demanda agregada y genera inflación, corrigiendo así la sobrevalorización general de activos financieros. 

Si las economías desarrolladas atravesaron una crisis secular en la década del 2000 y se vienen recuperando a tropezones desde el 2010, las economías emergentes han seguido puntillosamente sus vaivenes pero con el paso cambiado, debido a las enormes distorsiones que generan en ellas la masa de capital especulativo que, al igual que las golondrinas, emigra al sur cuando las economías desarrolladas están en crisis y regresa durante su recuperación. 

Si las bolsas de los países desarrollados reflejan más o menos adecuadamente el movimiento secular de las grandes economías avanzadas que las subyacen, las bolsas y monedas emergentes evidencian de modo dramático las gigantescas distorsiones que generan en estas economías los flujos incontrolados del capital especulativo que se mueve al ritmo de las primeras.

Ello quedó en evidencia en el gigantesco “burbujazo” de los mercados emergentes, que tras caer con las “punto com”, a octubre del 2007 había duplicado su precio de marzo del 2000, mientras los desarrollados no alcanzaban a recuperar su valor de inicios de la década.

La crisis también derrumbó a los emergentes, que en marzo del 2009 se habían reducido casi a la tercera parte mientras los desarrollados perdían la mitad de su valor, pero a inicios del 2011 los primeros ya se encontraban de vuelta muy por encima de su valor de inicios del 2000, mientras los desarrollados seguían muy por debajo de aquel.

La década del 2010, en cambio, que vio recuperarse a los desarrollados, no ha sido buena para los emergentes.

Cayeron fuertemente hasta principios del 2016 al mismo tiempo que los mercados desarrollados continuaban su larga y oscilante recuperación al igual que sus economías subyacentes. Los emergentes se aceleraron nuevamente de modo exagerado durante lo que algunos han denominado “derretimiento hacia arriba” que duró desde inicios del 2016 hasta el 5 de febrero del 2017, pero se han “corregido” nuevamente de modo más intenso que los desarrollados.

Otros precios que se mueven en sincronía perfecta y compleja junto a los mercados emergentes, son el cobre y las materias primas en general que, como alguien dijo, antes se compraban para fabricar cañerías y latas de cerveza pero ahora se demandan principalmente para especular.

La bolsa y el peso chileno, por su parte, se mueven al unísono con el precio del cobre, lo que resulta en oscilaciones más exageradas que el resto de los emergentes. 

Entre marzo del 2000 y octubre del 2007, la bolsa chilena se multiplicó por más de dos y el precio del cobre casi cuatro veces, al tiempo que los emergentes subían al doble y los desarrollados no alcanzaban a superar su precio de inicios de la década.

Tras el derrumbe general del 2008, la bolsa chilena subió más que ninguna otra en el mundo y en abril del 2011 más que triplicaba su valor de marzo del 2000, al tiempo que el precio del cobre alcanzaba su máximo histórico, más de cuatro veces por encima de su precio a inicios del siglo.

Seguidamente, ambos se derrumbaron y a inicios del 2016 habían perdido la mitad de su valor, al tiempo que las bolsas de países desarrollados continuaron su marcha ascendente.

Del mismo modo, ambos precios se vieron afectados por el “derretimiento hacia arriba” general hasta el 5 de febrero del 2018.Todo ello medido por los respectivos índices MSCI y precios expresados en dólares corregidos por el índice de precios a consumidor estadounidense.

La crisis permitió dilucidar el misterio del denominado “superciclo” del precio del cobre y materias primas, comprobando que en el muy largo plazo se ha movido en perfecta sincronía con los ciclos seculares de las economías y bolsas de los países desarrollados, pero a contramarcha.

Muestra dos enormes “montañas” de precios altos durante las crisis seculares de éstas en las décadas de 1970 y luego el 2000, y un profundo “valle” de precios bajos durante la recuperación de aquellas en las década de 1980 y 1990.

La causa de esta aparente paradoja fue descubierta por la economía clásica, que demostró que la demanda de todos los productos escasos no tiene una sino dos componentes, producción para consumo final como todas las demás y, especulación.

El superciclo de materias primas demuestra que es el segundo componente el que termina la evolución de su precio en el largo plazo. Ello resulta ominoso para Chile, porque mientras los precios altos duran una década, los bajos duran más de dos, sin perjuicio de fugaces subidas intermedias, como las experimentadas por el cobre en 1979, 1989 y 1995 y ahora el 2016. 

El talón de Aquiles de las economías emergentes es el endeudamiento de las empresas no financieras.

Cuando los capitales golondrinas bajan al sur emigrando de las economías centrales en crisis, abultan los precios de materias primas, el endeudamiento, las monedas y bolsas emergentes.

Al revés, cuando aquellas se recuperan los capitales regresan y las economías emergentes enfrentan dificultades, las que repercuten especialmente en las empresas que no pueden refinanciar el creciente peso de su deuda en moneda dura, al tiempo que disminuyen sus ingresos en las depreciadas monedas locales. 

El endeudamiento general de los países emergentes, que incluye gobiernos, empresas financieras y no-financieras y hogares, es menor al de las economías desarrolladas donde se ha mantenido en el orden de 280 por ciento del PIB desde el año 2008.

En las 26 economías emergentes monitoreadas por el IIF, en cambio, ha crecido en unos 40 billones de dólares desde entonces, pasando de 148 por ciento del PIB el 2008 a 211 por ciento en septiembre pasado. Aunque el mayor endeudamiento es en moneda local, la deuda emergente en moneda dura también ha crecido en el período. 

En los mismos países emergentes, el endeudamiento de empresas no-financieras casi se ha duplicado, desde un 56,3 por ciento del PIB el 2008 a un 102 por ciento el 2017.

En Chile, uno de los países emergentes más expuestos en este aspecto junto a China, Turquía, Irlanda y Singapur, dicho endeudamiento ha subido desde un 80 por ciento del PIB en 2008 a un 101 por ciento el 2017.

La incapacidad de las frívolas y venales elites “liberales” de resolver estos grandes problemas y distorsiones derivados de la crisis ha generado la situación internacional más peligrosa desde la década de 1930.

Sus manifestaciones más graves hasta ahora han sido la presidencia de Trump, el denominado Brexit y las corrientes nacionalistas en Europa incluida la reciente elección italiana, unidas a los focos de tensión y conflictos armados en diversas regiones del mundo, y la inestabilidad general de las economías y sistemas políticos en los países emergentes.

Chile se ha salvado por el momento de una crisis económica y política mayor, pero sus propias elites “liberales” se han mostrado asimismas ciegas e incompetentes, además de venales, para corregir los abusos y distorsiones heredados de la dictadura, lo que se hoy agrava por el ominoso cuadro internacional descrito.

Como en los años 1930, el mundo y Chile demandan hoy con urgencia la conformación de amplias alianzas políticas democráticas con la claridad, capacidad y decisión necesarias para llevar adelante el programa liberal radical que se requiere para resolver los problemas actuales del pueblo y la economía mundial.

Es mucho lo que está en juego.

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