La Carga Global de Trabajo (CGT) es un termómetro que mide no solo las horas que las personas dedican al trabajo remunerado, sino también aquellas que invierten en actividades no remuneradas, que a menudo son invisibilizadas y desvalorizadas. Es a partir de la CGT que se pueden establecer indicadores de Pobreza de Tiempo, contemplando el uso total de horas que las personas dedican al trabajo, tanto dentro como fuera del hogar.
Una persona se encuentra en situación de pobreza de tiempo si el total de horas que destina al trabajo (incluyendo actividades remuneradas y no remuneradas) no le permite alcanzar un estándar mínimo de uso de tiempo destinado al descanso, el cuidado personal y el ocio.
El umbral internacional son 67,5 horas de CGT a la semana. Esto se calcula de la siguiente manera: una semana tiene 168 horas (24 x 7), y si se consideran 8 horas de sueño al día, 2 horas diarias para transporte, 2 horas diarias para comer (todas las comidas), 1 hora al día para cuidado personal y 9,5 horas de ocio a la semana, se llega a 100,5 horas a la semana. El resto, las 67,5 horas, son para trabajar. Si se trabaja más, se comprometen el descanso, el cuidado personal y el ocio. Por lo tanto, se está en situación de pobreza de tiempo.
Según los datos de la última versión de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) de 2023, analizados en el último estudio de Fundación SOL "Mujeres y pobreza de tiempo", estamos ante una alarmante realidad: La pobreza de tiempo ha aumentado en dos puntos porcentuales, alcanzando 46 % en los últimos ocho años, lo que impacta de manera desproporcionada a las mujeres. Más de la mitad de las mujeres (51%) se encuentran actualmente en esta situación, en contraste con el también dramático 42% de los hombres, lo que evidencia una desigualdad persistente que lastra los esfuerzos hacia la equidad de género y también muestra un problema global relacionado con el tiempo disponible de las personas en Chile.
Es particularmente preocupante que el 12% de las mujeres sean pobres de tiempo sólo por actividades no remuneradas; estas mujeres son las llamadas "dueñas de casa", que por la magnitud del trabajo doméstico y de cuidados no tienen el tiempo suficiente para dormir ni para ocio, a pesar de no tener empleos formales. Esto supone una carga inmensa que no solo limita su capacidad para participar en la vida social, sino que también afecta su bienestar personal y su tiempo libre. En el contexto de los hogares biparentales con hijos menores de seis años, esta situación se torna aún más crítica, con 72% de las mujeres enfrentando pobreza de tiempo. La mayoría de las mujeres que han decidido ser madres no tiene siquiera las horas necesarias para tener un descanso nocturno suficiente.
Estos números no son simples estadísticas, sino que representan vidas de mujeres atrapadas en un ciclo de trabajo incansable, donde el tiempo que deberían dedicar a su autocuidado y bienestar emocional es irremediablemente consumido por la falta de un apoyo sostenido en las tareas de cuidados.
A pesar de que se ha registrado un ligero aumento en el tiempo que los hombres dedican a tareas no remuneradas, con un promedio de apenas ocho minutos más en comparación con ENUT 2015, esta mejora no es suficiente para cerrar la brecha existente. Las mujeres han disminuido casi una hora en su dedicación a estas tareas, lo que sugiere un cambio en las dinámicas familiares que podría estar relacionado con un creciente involucramiento masculino. No obstante, aunque este cambio es positivo, plantea preguntas sobre la profundidad y la sostenibilidad de tales transformaciones. ¿Es suficiente la reducción del tiempo dedicado para estas tareas por parte de las mujeres si, en conjunto, siguen viviendo en un escenario de pobreza de tiempo? La respuesta parece ser un rotundo "no".
La reflexión sobre cómo organizamos nuestra vida social y personal es crucial. Los estándares planteados para el autocuidado y el ocio, que consideran ocho horas de sueño, una hora para cuidados personales y un tiempo reservado para el ocio, deben ser el punto de partida para una discusión más amplia sobre cómo redistribuimos las responsabilidades en el hogar. La pregunta es: ¿Tenemos disposición a transformar nuestra percepción de los roles de género en el cuidado y el trabajo en el hogar desde una perspectiva social?
En un momento en que la socialización de los cuidados debería ser un imperativo moral y social, los datos presentados nos confrontan con la cruda realidad de un sistema que perpetúa la desigualdad. La pobreza de tiempo es una manifestación del legado patriarcal y clasista que aún persiste. Es responsabilidad de cada persona contribuir a su desmantelamiento. Promover una distribución más igualitaria del trabajo no remunerado no solo beneficiará a las mujeres; será un paso esencial hacia una sociedad más justa y equitativa.
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