En noviembre de 2022, el anunciado Plan de Reactivación Educativa comprometió crear 100 aulas de reingreso para devolverles su derecho a la educación a los 227 mil niños, niñas y jóvenes que están fuera del sistema escolar. La promesa fue hecha por el exministro de Educación Marco Antonio Ávila.
A mediados de 2023, se mandata a los 11 Servicios Locales de Educación Pública, los llamados SLEP, que están operando en el país a instalar dos aulas de reingreso en sus territorios, lo que significa 22 nuevas aulas en total. Y se transfieren recursos para contratar equipo profesional adecuado para la importante tarea.
Fundación Súmate, que trabaja desde hace tres décadas en la reinserción educativa, celebra la iniciativa y se dispone a apoyar la instalación de estas aulas de reingreso. Entre 2020 y 2023 ya lo hemos hecho en cinco servicios locales. Es decir, sabemos cómo instalar este dispositivo, que para muchos expertos es la manera más eficiente y escalable de que niños, niñas y jóvenes desescolarizados, con alto nivel de rezago y duras experiencias de exclusión educativa, logren volver a estudiar.
¿Pero qué es y cómo funciona un aula de reingreso?
Es un espacio educativo dentro de un establecimiento educacional regular, que recibe a niños, niñas y jóvenes de entre 12 y 21 años, que presentan retraso escolar de dos o más años en relación a su edad, y que están fuera del sistema escolar. El aula se organiza considerando los niveles de aprendizaje de mayor demanda en el territorio, pudiendo acoger un máximo de 4 niveles. Por ejemplo: un aula de educación básica, podría incorporar niveles desde 5° a 8° básico; o un aula de educación media podría incorporar los niveles de I a IV medio. Con un máximo 20 estudiantes, ofrecen atención personalizada y especializada mediante una dupla docente exclusiva para el aula, quienes trabajan colaborativamente y con enfoque multidisciplinario.
Esta iniciativa, probada, hoy se encuentra en una nebulosa por causa de la negociación del historiado presupuesto de educación 2024. No existe claridad de que continúe, porque varios SLEP donde se instalarían nuevas aulas quedaron en "pausa activa", según la nomenclatura creada para el caso, tras la crisis en Atacama. Profesionales que fueron contratados como gestores territoriales para buscar en poblaciones, villas y campamentos a esos jóvenes y niños que han dejado la escuela, hoy no saben si sus contratos con vigencia al 31 de diciembre serán renovados. Ellos también están perdidos.
Todo esto, mientras entre 2022 y 2023 cinco mil estudiantes más dejaron de serlo. Hoy están excluidos de un derecho humano básico, la educación. No se matricularon, no fueron a clases, aumentando en más de 10 por ciento la cifra de aquellos que abandonaron entre 2021 y 2022. Quizás porque la percepción de que la educación no es ya una herramienta de promoción y progreso social campea en sectores desilusionados de las promesas hechas.
En ese sentido, un nuevo individualismo surge, lleno de sueños de objetos de consumo de lujo, como señala en una reveladora entrevista la joven artista DJ Lizz, señalando la música como la "nueva carrera" para niños y jóvenes pobres y vulnerables. Ella dice que la música urbana "es tan potente que se volvió como una fábrica de niños que quieren ser flaites y niñas que quieren ser putas". Narco, prostitución, delincuencia, se perciben como caminos más provechosos que ir a clases.
Pareciera entonces que la educación no es la que salva, ni la que ayuda a ser más, a llegar más lejos. En ese contexto, que no se abran más dispositivos para los desescolarizados parece casi irrelevante, pese a que es de importancia y emergencia máximas: las aulas de reingreso, única propuesta pedagógica que contiene los elementos necesarios y adecuados para reencantar y reingresar al sistema a los estudiantes desvinculados, hoy se encuentra entre paréntesis.
Hasta ahora las 100 aulas de reingreso ofrecidas simplemente no van y son miles de jóvenes que siguen buscando otros caminos.
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