Desafíos de las universidades chilenas en la post pandemia

Ad portas de cerrar el año 2021, existen hechos que han marcado el quehacer de las universidades chilenas y que representarán importantes desafíos para las instituciones de educación superior en los próximos años.

El primer desafío por enfrentar consiste en responder con pertinencia y responsabilidad la situación sanitaria por la pandemia de Coronavirus. De este desafío se desprenden las siguientes reflexiones:

a) Aseguramiento de la calidad: se deben garantizar los aprendizajes de excelencia que habilitan a los nuevos profesionales. En el contexto actual, el cumplimiento de esta misión institucional se ha visto severamente afectada, toda vez que aspectos relevantes del aprendizaje tienen un carácter práctico, lo que, en las condiciones restrictivas por la pandemia, no ha sido posible realizar. ¿Cómo se cerrará esta brecha en la calidad de la enseñanza de estos dos años?, mediante los propios graduados que buscarán capacitaciones de Diplomados y/o Postítulos, de los empleadores que tendrán que asumir este déficit capacitándolos al interior de las organizaciones contratantes o las universidades que tendrán un rol más activo generando programas de apoyos los graduados que lo necesiten.

b) Digitalización de la educación: la tecnología nos ha ofrecido soluciones a muchos de los problemas que la pandemia nos ha impuesto. Si bien, estas soluciones resultan muy atractivas y prometen apoyar la enseñanza de manera más permanente y con una mayor cobertura y acceso a la formación universitaria de personas localizadas en lugares remotos, o que por sus condiciones laborales no pueden cumplir con los horarios de los programas presenciales, persisten algunos problemas como mejorar las formas de evaluación el tipo cara a cara y fortalecer las relaciones personales. Por lo cual se sugiere avanzar en nuevos métodos de enseñanzas, por ejemplo, las híbridas y ajustar los modelos educativos de las instituciones para adaptarse a esta nueva realidad.

c) Sostenibilidad financiera: el tema financiero es un elemento importante para el cumplimiento de la misión de cada institución de educación superior. De hecho, en el año 2020 el Consejo de Rectores estimó que las universidades dejaron de percibir $248 mil millones producto de la pandemia y para este año la cifra se estima en $185 mil millones. Además, la ley de Presupuesto 2022 para el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación contempla un crecimiento de 8,2% en su presupuesto regular, sin embargo, aún estamos lejos del porcentaje promedio que invierten los países de la OECD para impulsar con más fuerza la investigación e innovación que requiere el país. Finalmente, los datos sobre la calidad de las universidades, en diferentes rankings publicados en el último tiempo en los medios nacionales, así también como los niveles de deserción en las universidades chilenas, permearan también la sostenibilidad financiera de las instituciones educativas. En nuestra opinión hay que seguir solicitando aportes al Ministerio de Educación, sobretodo que la Ley de Educación Superior 21.091 omite los mecanismos y fuentes de financiamiento de la investigación básica y aplicada. Pero, además las universidades estatales deben gestionar un modelo más emprendedor para conseguir fondos con organismos públicos como privados para el cumplimiento de su misión.

Un segundo desafío no menor se deriva del estallido social de octubre de 2019 y que cada vez tomará más importancia a raíz de los proyectos de estatutos orgánicos de las universidades estatales, principalmente en el tema de la gobernanza universitaria. Un reflejo de este desafío es el recientemente documento "Principios Interamericanos sobre Libertad Académica y Autonomía Universitaria", publicado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que se ha manifestado con una voz firme en la defensa de la autonomía de las universidades a lo largo de América Latina frente a gobiernos que buscan intervenir directamente en decisiones que son propias de las instituciones académicas. Pero la intervención universitaria por parte de los gobiernos no es una práctica de una tendencia política particular, pues gobiernos de distinta orientación ideológica cómo en el caso de Argentina, Brasil y México han mostrado frecuentes intervenciones en el sistema universitario.

Existen distintos propósitos para debilitar la capacidad de actuación propia de las instituciones académicas como: aumentar el control sobre la gestión presupuestaria, intervenir orientaciones valóricas o limitar el pluralismo en el currículum o aumentar los niveles de control sobre la designación de autoridades universitarias.

Sin embargo, no es la única amenaza que enfrentan las universidades en la actualidad. Junto con la disminución de la autonomía universitaria aparece como un problema no resuelto en una buena cantidad de casos, el control o captura por parte de grupos de interés internos de las universidades de los órganos ejecutivos unipersonales y específicamente sobre la institución del rector.

En el caso de las universidades del Estado, el riesgo de la perpetuación en el poder de autoridades universitarias implica también una posibilidad de control monopólico en términos políticos de una institución que por definición es pública, plural y laica.

Por ello, las universidades requieren de los liderazgos que puedan observar estos fenómenos, pero que también tengan la convicción de superarlos mediante el diálogo y la inclusión. Es fundamental que estos liderazgos encargados de llevar a las universidades a un nuevo estadio logren combinar la calidad de la educación y formación de profesionales, pero también la calidad de vida de quienes trabajan en pos de estos objetivos. Se debe dar cabida a nuevas miradas para los objetivos centenarios de la educación superior.

No es una novedad señalar que las crisis son enormes oportunidades para la mejora. Estamos frente a enormes desafíos que nos impone la pandemia, el malestar social, un nuevo gobierno, una nueva constitución. Pero lejos de amilanar nuestro espíritu, debemos tener la certeza que nuestras universidades tienen las habilidades para enfrentar y adaptarse a estas nuevas realidades. Debemos potenciar la participación de todos y todas las integrantes de las comunidades, además de renovar las energías y liderazgos que tengan una nueva mirada para las próximas décadas.

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