En las últimas décadas el acceso y desempeño de las mujeres en la educación superior muestra sistemáticamente resultados positivos, incluso mejores que los de sus pares varones. Los países señalan los datos de acceso femenino a la educación superior y al mundo laboral como indicadores de desarrollo y denominan a este proceso como "revolución silenciosa", para dar cuenta de su enorme impacto social. Sin embargo, y sin desconocer que el aumento de la participación educativa y laboral de las mujeres constituyen avances en términos de su autonomía personal y económica, no se evidencia el mismo impacto en la reducción de las desigualdades de género.
En efecto, actualmente de acuerdo a datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), las mujeres están sobrerrepresentadas en la matrícula universitaria en 74% de los países; existe paridad en la matrícula en Asia Central y meridional, y sólo son minoría en los países de África, lo que ha sido denominado como la "ventaja femenina". Asimismo, ellas constituyen 53% de las personas con título universitario y grado de master, aunque su proporción se reduce a 44% en nivel de doctorado. Sin embargo su mayor presencia no se da en todas las áreas del conocimiento, ya que representan sólo el 25% de las estudiantes en las áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemática (las llamadas STEM), que coincidentemente corresponden a las carreras más valoradas y mejor remuneradas en el mercado laboral.
En Chile, datos recientes de la Subsecretaría de Educación Superior para el período 2017-2021 corroboran las mismas tendencias mundiales. Las mujeres han ido aumentando en la educación superior y representan 52,7% de la matrícula de primer año de pregrado en 2021, aunque sólo alcanzan el 19% de la matrícula de primer año en las carreras STEM. Sus tasas de aprobación anual, que corresponde al porcentaje de asignaturas aprobadas, son mejores que las de sus pares varones, al igual que sus tasas de retención en primer año. Además, demoran menos tiempo en titularse y constituyen la mayoría del total de las titulaciones anuales en educación superior. En definitiva, los datos son concluyentes, ellas presentan mejor desempeño a lo largo de sus carreras.
Si la supuesta meritocracia, de la que suele hacerse gala, fuese real, lo obvio sería que estos indicadores tuviesen un efecto positivo en el acceso y en las condiciones laborales de las mujeres. Sin embargo, aquí es precisamente donde empieza a observarse que estos mejores resultados no generan una justa recompensa, ni condiciones igualitarias sino que por el contrario, una vez más las porfiadas desigualdades y discriminaciones de género se imponen.
Y es así como una vez tituladas, en comparación con los hombres titulados, ellas demoran más tiempo en encontrar un puesto de trabajo, acceden en menor medida a contratos indefinidos y perciben menores remuneraciones por trabajos similares o de igual valor; y presentan menor participación en los puestos directivos, de liderazgo y académicos. Incluso lo más paradojal es que a medida que aumentan sus niveles educativos y terminan -por ejemplo- estudios de doctorado, las brechas salariales por sexo se incrementan.
La Unesco aborda esta problemática en una publicación cuyo título plantea una pregunta sugerente: "Mujeres en la educación superior: ¿la ventaja femenina ha puesto fin a las desigualdades de género? (Unesco, 2021). Lamentablemente del análisis de la realidad se desprende que la respuesta es negativa.
Entonces parece ser que el camino hacia la igualdad no depende sólo del acceso a la educación, al trabajo, del esfuerzo y de los méritos. El patriarcado impone sus barreras a la igualdad sustantiva, admite la presencia de las mujeres en distintos espacios anteriormente vedados, pero las condiciones de dicha participación siguen siendo discriminatorias y de subordinación.
Parece ser entonces que el camino a seguir sigue siendo el aprendido a través de la historia, o sea, la conformación de movimientos de mujeres y feministas, la lucha colectiva por la igualdad de derechos, la justicia social y la transformación cultural, así como la instalación de agendas feministas en los gobiernos. De lo contrario seguiremos siendo con mucho esfuerzo "las buenas alumnas de la clase" y las peor retribuidas por la sociedad.
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