Educación parvularia, primer paso hacia una sociedad más equitativa

Cuando pensamos en el futuro de nuestros hijos e hijas, ¿realmente comprendemos la importancia de la educación parvularia en sus vidas? ¿Sabemos cuántos niños y niñas tienen acceso a ella o si el jardín infantil más cercano es accesible para sus familias? Muchas veces, la educación en los primeros años se da por sentada, sin reconocer que esos primeros momentos son fundamentales para el desarrollo de cada niño y niña, marcando un antes y un después en su trayectoria.

Lo que se aprende en los primeros cinco años va más allá de la adquisición de habilidades académicas. Es en esta etapa cuando se consolidan las bases emocionales, sociales y cognitivas que acompañarán a los niños y niñas durante toda su vida. Por eso, la educación parvularia no debe ser vista sólo como un punto de partida para la educación escolar, sino como un factor esencial para reducir las desigualdades sociales que afectan a nuestra sociedad. Es en esta etapa temprana cuando se pueden corregir, en parte, las disparidades sociales que se arrastran por generaciones.

Sin embargo, el acceso a esta educación sigue siendo profundamente desigual. En muchos casos, las oportunidades de acceder a un jardín infantil o sala cuna dependen no solo del nivel socioeconómico de las familias, sino también de su capital cultural: El valor que le asignan a la educación temprana y el interés que muestran por el proceso educativo. Según la socióloga Paloma Del Villar, las madres con mayores ingresos y educación universitaria son más propensas a matricular a sus hijos en salas cuna. De hecho, mientras el 25% de las mujeres con estudios universitarios inscriben a sus hijos menores de dos años en estos centros, solo el 8% de las mujeres con educación básica tienen acceso. Esta brecha se profundiza cuando, según la última encuesta Casen, el 55% de los niños en el decil más bajo no asisten a la educación parvularia, mientras que en el decil más alto esa cifra desciende al 36%.

La pregunta es ¿cómo podemos cambiar esta realidad y garantizar que todos los niños y niñas, sin importar su origen, tengan acceso a una educación que los prepare para enfrentar tanto el presente como el futuro?

Este fenómeno no es una simple falta de recursos económicos; refleja las barreras estructurales que persisten en nuestra sociedad. Los niños y niñas de familias de menores ingresos no solo carecen de acceso a la educación parvularia, sino que también se ven privados de condiciones esenciales para su desarrollo integral, como nutrición adecuada, seguridad, estabilidad emocional y un entorno favorable para aprender. La falta de acceso a estos factores limita las oportunidades y perpetúa el ciclo de desigualdad.

Sabemos que durante los primeros cinco años de vida el cerebro se desarrolla a una velocidad impresionante. Las experiencias vividas en este período son clave para el desarrollo de la autoconfianza, el pensamiento crítico, la creatividad, la empatía y las habilidades sociales. La educación parvularia tiene un impacto mucho más allá de lo académico: tiene el poder de transformar la vida de los niños y, con ello, la estructura social.

Como sociedad, principalmente el mundo adulto, debemos reconocer que la educación parvularia es una herramienta fundamental para nivelar las desigualdades sociales desde sus raíces. Durante estos años cruciales, los niños y niñas aprenden a través del juego, las interacciones sociales y la estimulación temprana, actividades que fomentan su curiosidad y capacidad para resolver problemas. Las educadoras de la primera infancia, mediante metodologías específicas, promueven el desarrollo de habilidades esenciales como el lenguaje, la motricidad, la autonomía y la empatía.

Lo que está en juego no es solo una cuestión educativa, sino de justicia social. Cuando los niños y niñas de sectores vulnerables no tienen acceso a esta educación, la brecha de desigualdad se amplía, perpetuando un ciclo de exclusión y limitación. La educación parvularia debería ser el motor para romper ese ciclo, ofreciendo a todos los niños y niñas, sin importar su origen social, la oportunidad de alcanzar su máximo potencial.

Es urgente que reconozcamos el verdadero valor de la educación parvularia y trabajemos para garantizar que sea un derecho universal y accesible para todos. No podemos seguir permitiendo que este acceso siga siendo un privilegio para unos pocos. Debe ser una prioridad política y social cerrar las brechas de desigualdad y, con ello, construir una sociedad más equitativa.

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