En 2016 se promulgó la ley 20.903 de carrera docente, cuya finalidad es promover el fortalecimiento y la valoración de la profesión, en donde se establecen condiciones salariales y laborales como, por ejemplo, el incremento de tiempo no lectivo y el establecimiento de requisitos de ingreso a carreras de pedagogía, entre otras.
En la ley, específicamente en el artículo 19, se establecen principios que deben orientar el desempeño de la profesión, por ejemplo, que el profesorado debe contar con autonomía profesional para "organizar las actividades pedagógicas de acuerdo con las características de sus estudiantes". Adicionalmente, se establece la innovación, investigación y reflexión pedagógica como características con las que los y las docentes deben contar para la promoción de un óptimo proceso de aprendizaje.
Si bien estos principios y otros están establecidos, al momento de ponerlos en práctica hace que se vuelva una tarea compleja y titánica.
Frente a esto, es importante develar la influencia que posee el currículum. ¿Cómo podemos promover la autonomía profesional si se cuenta con bases curriculares tan amplias que hacen complejo el abordaje de la totalidad de los objetivos de aprendizaje? Esto, de hecho, promueve prácticas docentes homogéneas, en donde se vuelve casi imposible que el profesorado pueda atender las diferencias presentes en sus aulas. Si bien esta era la realidad que vivieron los docentes por años, en la actualidad se ha modificado gracias a la priorización curricular que, aunque nace para enfrentar las dificultades experimentadas en la pandemia en materia educativa, ha descomprimido las bases curriculares estableciendo un número limitado de objetivos que deben ser trabajados.
Al contar con más tiempo para atender de manera más profunda cada uno de los objetivos establecidos es posible, por una parte, responder a las necesidades de todos y cada uno de los estudiantes y, adicionalmente, permite al docente innovar en sus aulas, integrando por ejemplo metodologías activas que permitan a los alumnos ser protagonistas de su proceso de aprendizaje, alejándose de esta manera del modelo tradicional de enseñanza centrado en el docente. A la vez, entrega la posibilidad de tener una evaluación auténtica -o también conocida como evaluación para el aprendizaje- que entregue evidencia suficiente que permita al profesorado tomar decisiones pedagógicas efectivas, que promuevan y fortalezcan el aprendizaje de la totalidad de los estudiantes de su curso.
Como es posible observar, el currículum no solo cumple con un rol orientador que establezca lo que los niños, niñas y adolescentes del país deben trabajar, sino que también puede ser una amenaza al desempeño docente (o promotor de éste) y, por consiguiente, para el aprendizaje de los estudiantes (o el fortalecimiento de éste).
A futuro debemos pensar en bases curriculares que efectivamente sean un faro que promuevan el desarrollo integral de los estudiantes y que estén en sintonía con lo establecido en la ley, permitiendo de esta manera el óptimo desempeño de la labor docente y, en resumen, del proceso de enseñanza-aprendizaje.
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