Las emociones son fundamentales, democráticas y transversales, todos las sentimos, todos las tenemos, a todos nos cruzan, con diversas rectas paralelas de intensidad, que no se cortan, ni se dejan de sentir, las experimentamos desde y hasta siempre, percibiéndolas constantemente. Éstas no distinguen edad, género, lugar del mundo, clima estacionario, calentamiento global, situación económica ni gobierno de turno. Todos somos atravesados por ellas y todos somos ricos en las mismas. La diferencia comienza en cuánto conocemos de las emociones, cómo las trabajamos y nos relacionamos con ellas.
Sabemos que las emociones son respuestas conductuales, físicas y/o psicológicas, que producen una alteración de corta duración sobre el ánimo, en su mayoría innata y a veces pueden estar influenciadas por experiencias previas, por ejemplo las expresiones faciales: Poner cara de asco, tristeza, alegría, temor o sorpresa son representaciones de las emociones más conocidas, pero claramente no las únicas.
Algunos autores proponen más de 200 emociones distintas, otros más recatados la sitúan en 6 las básicas, lo basal de todos que dan la importancia a que las emociones inciden, afectan, repercuten y trascienden en el desarrollo humano y, por lo tanto, influyen de manera positiva o negativa en esta evolución. Y es aquí la importancia de que las hablemos, las conozcamos, pero, sobre todo, las podamos comprender en nuestro actuar.
Las emociones tiñen nuestros recuerdos, nuestra reminiscencia y evocaciones están indisolublemente enlazadas a éstas, tan profundamente atraídas y conectadas que sin ellas no hay memoria. Y sin memoria no podemos aprender ni recordarnos, no podemos pensar ni exponer ideas, por lo tanto, nos sería imposible saber quiénes somos, menos hacia donde vamos, el futuro, el porvenir, y el mañana no tendrían mayor sentido, ya que dejaría de conmovernos el conocer(nos). De ahí que lo emocional y la educación están profundamente relacionados. Además, los estados emocionales mal trabajados tienen consecuencias negativas en la persona, su aprendizaje y desarrollo.
Y, no obstante, todo lo anterior la educación emocional ha sido la gran ausente en nuestra practica educativa, hasta ahora han vivido de espaldas la una con la otra, no las hemos considerado en su profunda relación (o acaso someramente) Y nos falta -nos falta mucho el necesario abordaje de las emociones, reconocerlas, tratarlas, incluirlas positivamente en nuestro proceso de enseñanza y aprendizaje para el verdadero desarrollo de nuestros estudiantes como seres pensantes, pero también emocionales, seres integrales.
Es primordial que llevemos la comprensión de las emociones al aula de clase, que los niños y niñas aprendan a entenderse y a etiquetar verbalmente su sentir en espacio y tiempo, trabajarlas, que podamos desarrollar habilidades que nos guíen cual mapa cartesiano a la intelección, condescendiente y empática de nuestra emocionalidad.
Sabemos que somos una multitud de emociones que nos habitan, residen en nuestro interior, moran en nuestro sistema límbico, estamos colmados y abundados de sentires, lo que debemos aprender y enseñar es a tratarnos con cariño, con afecto, recordar eternamente que "...lo esencial es invisible a los ojos...".
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