Fulgor y futuro de la arquitectura pública universitaria

El ya sexagenario campus de la Universidad de Santiago, llamado UTE, en honor a que fue de la Universidad Técnica del Estado, tiene el privilegio de estar firmado por cuatro galardonados con el Premio Nacional de Arquitectura: Carlos Bresciani (1970), Héctor Valdés (1976), Fernando Castillo (1983) y Borja García-Huidobro (2007). Posteriormente, el campus fue favorecido por tres estaciones de Metro, comunicándolo con millones de habitantes de la Región Metropolitana.

La reunión de talento que dio lugar a ese espacio universitario da cuenta de la relevancia que tenía la universidad pública en el período en que fue desarrollado el proyecto (1957-1967). Da cuenta, además, de la sabiduría que tuvo la rectoría de esa época, que transformó en un programa de arquitectura las quejas planteadas por alumnos y académicos. El otrora rector Seguel llamó a los mejores especialistas para planificar, con la ayuda del Estado, el nuevo campus. Se tuvo en consideración que ya existían edificaciones históricas en la universidad: la bellísima Escuela de Artes y Oficios y la espléndida casa patronal del fundo Chuchunco, con cuyo diseño los nuevos edificios supieron dialogar.

El resultado fue una obra clave en la arquitectura moderna en América Latina y clave, también, en el prestigio que alcanzó la universidad. Los arquitectos galardonados proyectaron un barrio universitario a partir de una estructura de circulación peatonal de orientación intuitiva que llevaba casi espontáneamente a salas y laboratorios, rodeadas de patios y áreas verdes. La calidad arquitectónica y el respeto por los edificios históricos fueron decisivos en el posicionamiento de la universidad en el imaginario cultural de Chile.

Tras el fulgor vendrían las dificultades. Desde 1973, el barrio universitario de la Universidad de Santiago comienza a ser disgregado por la supresión de estructuras espaciales comunes, la eliminación de ejes peatonales y la ocupación de áreas verdes por automóviles. Cada cual para sí, en un país que abandonó la educación pública.

Todavía hay réplicas de ese abandono en un campus tan admirable. La primera, desaprovechar recursos en decenas de micro parches, sin visión de conjunto. La segunda, agregar edificios sin vínculo con los demás. La tercera, seguir dando la espalda a las tres estaciones de Metro contiguas al campus. Es un caso único de desaprovechamiento de la conexión entre un campus y una ciudad. La cuarta, haber convertido en estacionamiento la explanada monumental de la Casa Central, ahogando la escultura a Víctor Jara y el monumento a Enrique Kirberg, el rector de la Reforma en las universidades públicas. Y, la quinta y última, el desprecio por los edificios históricos.

El problema actual, en el mencionado barrio-campus, no es tanto la escasez de medios, sino la incomprensión de la naturaleza del espacio universitario. Esta incomprensión ha sido determinante en el atraer o distanciar a potenciales alumnos y profesores. La actual incomprensión de la arquitectura pública universitaria concibe según modelos privados los edificios de algunas universidades públicas.

Pero lo descrito no es una condena. La Universidad de Santiago cuenta con personas e ideas para revertir la situación. Su campus puede volver a ser modelo de arquitectura universitaria pública mediante la recuperación y renovación del barrio universitario, vinculándolo a la Quinta Normal, en un gran parque, continuo.

La ruta para ello es el restablecimiento progresivo de estructuras peatonales comunes como paso previo a la definición de emplazamiento de edificios, disminución de ruidos, arborización planificada, incentivo a quienes accedan en medios de transporte eficientes e incrementar la presencia de las artes en su interior.

Un campus diseñado con la dignidad que merece la educación pública atraerá a un espectro nuevo de estudiantes y académicos. Sería, también, el futuro pulmón arbóreo del área centro-poniente de la Región Metropolitana, conectado peatonalmente con museos y áreas verdes cercanos. En la proximidad están la Biblioteca de Santiago, el Museo de la Memoria, el Museo Interactivo, el Museo de Historia Natural y el Museo de Arte Contemporáneo y, sobre todo, la variadísima Quinta Normal, pero no hay conexión espacial con ellos. La definición de este barrio-pulmón debe ser acordada en conjunto con las autoridades comunales y regionales.

La Universidad de Santiago puede reconstituir un campus modelo para la educación pública y para la revalorización de las comunas donde se encuentra. Las universidades públicas requieren renovar su posición en el imaginario cultural del país. Eso exige una nueva sensibilidad. Además de ofrecer éxito a las aspiraciones profesionales de miles de jóvenes, requiere revincularse arquitectónicamente con la ciudad.

Los estilos actuales de relación urbana entre las universidades públicas y su entorno, herederos de 1973, no deben ser perfeccionados, sino sustituidos. Se requiere un cambio de sensibilidad en materia académica, planificación y vínculo con sus estudiantes y las comunas que rodean a la Universidad de Santiago y a las demás universidades públicas del país.

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