Han transcurrido algunos días desde la elección a la Rectoría de la Universidad Tecnológica Metropolitana y, después de varias reflexiones, vuelvo a distinguir que soy la primera mujer que ha sido electa en forma democrática por sus pares académicos como rectora de esta casa de estudios superiores, incluyendo su etapa previa como Instituto Profesional de Santiago (IPS). Además, soy la segunda entre todas las universidades del Estado de Chile y, hasta ahora, la primera y única que lo ha logrado en una competencia con personas de otro género, una de las cuales es autoridad rectoral en ejercicio.
Se trata de un hecho significativo pues, como es público y notorio, uno de los territorios de la sociedad en que la equidad de género en la esfera de la toma de decisiones se encontraba a todas luces ausente era en el campo de las Universidades del Estado, las cuales debieran estar llamadas a colocarse en la vanguardia del sentido de universalidad en la vida social y en la promoción de los derechos de ciudadanía. Este es un paso sustantivo en esa dirección, pero apenas punto de partida de un camino más largo.
A nuestro juicio, esta victoria tiene una interpretación inequívoca: Es expresión de una demanda que recorre a las instituciones académicas, al conjunto de la sociedad chilena e incluso al mundo entero por igualdad de dignidad y derechos para todas y todos, y por una democracia que asegure la renovación, la participación y la inclusión de todas y todos, sin exclusiones y sin discriminaciones arbitrarias.
Creo no exagerar al intuir que estas circunstancias serán recordadas, repetidamente y en lugares diferentes, por las generaciones venideras. Lo señalamos cuando comunicamos a la comunidad de la UTEM la decisión de presentar nuestra candidatura y proyecto a la Rectoría: Resolvimos emprender un paso con un sentido profundo que trasciende más allá de nuestras fronteras institucionales y que se vincula con la historia que comenzó a tejerse cuando Eloísa Díaz Insunza se convirtió en la primera mujer que ingresó a estudiar Medicina en la Universidad de Chile, después de una ley que permitió por primera vez que mujeres pudieran incorporarse a esa casa de estudios superiores.
Por cierto, la decisión de presentar una candidatura rectoral se vincula con la propia historia personal, como hija de profesores, incluyendo un padre de formación normalista; nacida en una familia de esfuerzo de la capital y que debió partir a estudiar lejos de la casa materna, con las dificultades que supone carecer de redes y medios para acometer ese desafío; luego dirigente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de La Serena y el Confech en los tiempos del autoritarismo. Todo ello previo a emprender, después, una larga carrera académica, con una diversidad de responsabilidades y un compromiso permanente con la educación pública.
Sin embargo, pienso que lo que más importante es que nuestro triunfo fue resultado de un deseo y anhelo colectivos. Alcanzamos una victoria electoral rotunda, con 73,8% de las preferencias en segunda vuelta. Pero ello no fue fruto de una persona, sino que expresión de la amalgama de los sueños y legítimas aspiraciones de las y los académicos y del conjunto de la comunidad de la UTEM. Parafraseando al gran poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, todas y todos pusieron adoquines en el camino que permitió materializar este hito histórico.
Fue este sentido compartido y colectivo el que permitió emprender y concluir un ejemplar proceso democrático, contra todos los pronósticos y las acciones que intentaron impedir que se expresara la voluntad soberana de la comunidad académica de la UTEM, y a pesar de la contingencia sanitaria. Con alegría, podemos celebrar que triunfó la democracia y la inclusión en nuestra universidad, y hemos abierto un nuevo camino para las Universidades del Estado.
Ya con la enorme alegría de la limpia victoria alcanzada, hemos comunicado a la comunidad de la UTEM mi firme resolución de honrar el compromiso que adquirí durante la campaña: Vamos a trabajar, en forma infatigable, por dar inicio a un nuevo ciclo histórico en nuestra casa de estudios, que sea parte de un nuevo tiempo en las Universidades del Estado y en el conjunto de la sociedad de la que formamos parte, con más democracia y participación; con igualdad de derechos y oportunidades para todas y todos; en que la búsqueda permanente de excelencia y modernización transiten acompañadas por la justa inclusión y el diálogo.
No seré una rectora refugiada en la atalaya de una Casa Central. Por el contrario: seré una rectora de terreno, visitando las facultades y escuelas, no para interferir en su normal funcionamiento y la toma de decisiones que son propias de su institucionalidad, sino para escuchar a todas y a todos, decanos, directores de departamentos y escuelas, jefes de carrera, funcionarios y estudiantes.
Es importante que se asuma como indispensable una nueva forma de relacionarse en las comunidades universitarias. Confieso que me causó profunda sorpresa la incomodidad que generó en algunas personas, afortunadamente unas pocas, que enviáramos un mensaje a las y los estudiantes durante la campaña. Ese mensaje fue el reconocimiento del lugar que tienen en nuestra comunidad las y los estudiantes, fundamento de toda universidad. Y por supuesto, una universidad tampoco puede concebirse sin sus académicos, docentes y funcionarios. No estamos mandatados para colocar barreras, sino para abrir las puertas y ventanas. No se trata de un mero slogan después de la victoria, es una convicción, la que por lo demás está en plena consistencia con las orientaciones fundamentales de la Ley de Universidades del Estado promulgada en mayo de 2018.
La victoria alcanzada no nos obnubila. Reafirma nuestra conciencia de que iniciamos una gran tarea colectiva, de consolidar lo construido, dejar atrás lo que tiene que ser cambiado, iniciar un nuevo y mejor capítulo de la historia de la UTEM que nos permita construir una universidad con profundo sentido de futuro, comprometida con la permanente búsqueda de excelencia en su labor formativa y de producción de conocimiento, pero también con la disposición de hacer una contribución sustantiva al advenimiento de ese país mejor que la sociedad demanda. Una universidad compleja, moderna y democrática; una universidad comprometida con la sociedad que la alberga, con sus dolores y esperanzas.
Ese propósito implicará trabajo colaborativo y transdisciplinar, donde todos los saberes se articulen para dar respuestas a lo que el contexto del país y el mundo global nos exige. Ello requiere proyectarnos al futuro con confianza y decisión, sin temor alguno a lo nuevo y la innovación, como corresponde al sentido profundo de una universidad.
Por mi historia y mi trayectoria académica, no temo a los desafíos. Pero este nuevo tiempo, reitero, es de trabajo colectivo y no sólo fruto de la habilidad de unos pocos o las cualidades individuales de una autoridad. Nadie puede más que lo que pueden hacer juntas y juntos quienes forman parte de una comunidad. Para este propósito, se requiere una Universidad plural y diversa, dialógica y democrática. Ello es lo que otorga contenido, dimensión y futuro a la responsabilidad que me ha otorgado el mandato democrático de nuestra comunidad académica y universitaria.
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