Un dato que ha pasado bastante inadvertido cuando se discute sobre calidad de la educación, es el bajo nivel de autoestima que tienen los escolares en nuestro país. En efecto, los resultados de los indicadores de desarrollo social del SIMCE 2017 nos muestran que solo la mitad de los estudiantes tienen niveles de autoestima altos.
La autoestima - según Blascovich & Tomaka, 1991 - se define como “el grado al que cada quien aprecia, valora, y aprueba o gusta de si mismo” y se construye en espacios como la familia y la escuela.
Lo interesante es que ésta no guarda relación con las capacidades objetivas de las personas, porque puede haber alguien con muchas dificultades para aprender matemáticas o para el deporte y, sin embargo, estimarse asimismo tal como es.
El problema entonces, no es de qué somos capaces, sino cuánto nos queremos tal como somos y qué creencias tenemos sobre nuestras posibilidades de mejorar en aquello en que no somos tan buenos.
Hay un concepto poco conocido en nuestro medio, que creo puede dar algunas claves para cambiar esta cifra, que es bien triste, sobre todo cuando se trata de niños que están partiendo su vida.
Angela Duckworth, académica de la Universidad de Pennsylvania, ha dedicado su carrera a la promoción y el estudio del concepto grit.
La autora define grit como la pasión y perseverancia esenciales para el logro de metas a largo plazo, lo que aquí llamaríamos aguante, resistencia, ‘garra’.
Luego de conversar con docenas de líderes en distintas disciplinas, Duckworth y sus colegas intuyeron que los logros de aquellas personas no eran solo resultado de sus habilidades cognitivas sino, sobre todo, de su pasión incansable y firmeza de carácter.
Las personas gritty, concluyeron, son capaces de luchar contra ambientes adversos, enfrentar múltiples desafíos, perseverar durante largos períodos, y mantener el entusiasmo y la dedicación a pesar de los fracasos y el progreso desacelerado (Duckworth et al, 2007).
Con ánimo de estudiar los efectos de grit en otros contextos, los académicos desarrollaron un instrumento para medirlo y descubrieron que los universitarios clasificados como gritty obtenían mejores calificaciones que sus pares, a pesar de obtener menores puntajes en las pruebas de ingreso.
Desde aquel primer estudio, otros académicos han desarrollado varias investigaciones con resultados similares. Múltiples evidencias se han acumulado para demostrar los beneficios de cultivar una cultura grit en las escuelas; de modo que los niños aprendan que llegar a la meta puede tardar, que no llegar no es fracasar sino aprender lo que no hay que hacer y que los logros importantes requieren perseverancia y no se necesita ser un genio.
En las salas de clases pro-grit, los profesores despiertan la pasión de sus estudiantes con su propio entusiasmo por las disciplinas que enseñan y mediante el desarrollo de proyectos que permiten a los niños explorar distintos intereses.
Los profesores pro-grit celebran el esfuerzo sostenido, retroalimentan frecuente y oportunamente a sus alumnos, y les brindan muchas oportunidades de repetir tareas con el fin de perfeccionarlas e incorporar los comentarios de otros.
Lejos de promover un esfuerzo ciego y mecánico, los profesores enseñan a los estudiantes a ser estratégicos en el desarrollo de las tareas, les ofrecen herramientas eficaces, los disuaden de la salida fácil y los invitan a cambiar el “no puedo” por el “no todavía”.
Tenemos un gran desafío que pienso, parte preguntándonos como adultos si algo tenemos que ver en esta triste cifra.
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