Está solo, tal vez temblando, no lo sé. Probablemente en manos de la policía. Afuera el alboroto. El mundo se congrega en torno al niño herido. Se despliega un país completo, las autoridades en línea, desde el Presidente hasta la Directora del Hospital, todos, todas, acompañando a la víctima, intentando obtener cámara y proceder a la fanfarria.
“Es la seguridad, es lo que nos debe preocupar”. “Por esto queremos aula segura, por esto es que hay que revisar las mochilas”. El espectáculo se traslada desde la tragedia a la arenga y en la arenga se sienten victoriosos quienes más dureza reclamen para enfrentar estos niveles inauditos de violencia.
Probablemente el Colegio Patagonia no ha estado en la lista de inspecciones, tampoco el Craighouse o el Grange. No son establecimientos que den mucho trabajo, al menos a las autoridades.
Pero el Colegio Patagonia es usado como ejemplo de lo que podría pasar si es que no se revisan las mochilas en otros liceos. Los alumnos pueden llevar bombas molotov, dagas, revólveres. Son jóvenes peligrosos, encapuchados. Esos del Instituto Nacional, aquellos del Barros Arana.
Entretanto el niño del arma, con la mente nublada, embriagado aparentemente por las bromas recibidas el último viernes, no sabe bien lo que ahora viene. Que revisen mochilas no es asunto suyo, él llevaba el arma en el bolsillo. Vestía fatigas militares e ingresó al Colegio Patagonia por algún lugar no autorizado. Nada hubiera importado, al menos para él, esto del aula segura. Su problema era otro, o es lo que yo creo.
Los ministros, presidentes, intendentes y autoridades suelen hablar de la cosa pública y la cosa pública que más les atrae es aquella que más reditúa en términos políticos.
El joven vestido con fatigas militares y máscara tomada de la televisión española es la mera excusa, el accidente que les lleva al hospital, a atender al joven agredido , a acompañar a su familia.
Todo ello está muy bien y cuánto mejor si hay cámara presente. Se agradece, se agradece la preocupación por la salud. “Haremos todo para que se mejore”. ¿Quién no lo haría” ¿Quien no quisiera sacar esa bala del cuello, limpiar la herida y recuperar la piel sin huella alguna?
El niño del arma, el de las fatigas militares el de la máscara de televisión española es el agresor. A él no se le visita, no se le visita por defecto. ¿A quien se le ocurriría hacerlo?
En ese lado de la historia los votos se pierden, se desvanecen. No hay cámara, no hay prensa, no hay foco. El agresor contamina, resta. La sociedad entera tal vez quisiera sacar cuentas, dar el merecido a quien lo merece. No es niño, es joven y joven peligroso.
Ocurre, no obstante, que cuando la fanfarria se despliega en un lado, la historia corre por otro lado, por un lado más íntimo, rara vez visitado, nunca atendido por las personas importantes - que son las que salen en los noticiarios.
En esa intimidad del niño y su culpa, su remordimiento, de la rabia no completamente resuelta, es donde se da su vida, vida que transcurre allí donde deviene la nuestra.
Su vida es la de todos los que sufrieron por la burla del viernes pasado, por el corte por cuenta impaga, por la espera por la atención médica, por el desprecio del automovilista de auto de lujo (“de alta gama”, se dice hoy), por el robo al cobrar la pensión, por el desalojo, por la detención en vía pública.
Hay aquí una otra historia, una donde se acumula la rabia y se suma a la frustración, una en la que ganas van quedando pocas de seguir adelante, una que está dispuesta a explotar no importando qué - caer al metro, golpear al más débil o abrazar alguna causa, de preferencia nacionalista.
En estas historias escolares hay más de una víctima y que clama - tal vez no ella sino que la situación misma - por ser atendida.
El político de viejo cuño, el gobernante entusiasmado por (y necesitado de) eco popular opta por lo efímero, por la presencia mediática, para abandonar la trama cuando se extingan los reflectores.
Tal vez el niño de las fatigas militares y de la máscara de televisión española no vuelva al Colegio Patagonia, pero, a algún lado llegará, y no sea que la indiferencia pública venga más adelante a encontrarse con los frutos de su inacción.
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