Los espacios físicos son recursos significativos para generar ambientes de aprendizaje en contextos educativos, conformándose en una herramienta pedagógica relevante para conseguir una educación de calidad. Sin embargo, los esfuerzos vinculados a la mejora de la infraestructura educativa pública se han centrado principalmente en la mejora y construcción de los edificios, desaprovechando las excelentes oportunidades que ofrecen los espacios al aire libre.
Los patios de los establecimientos educativos poseen características que los convierten en espacios excepcionales para generar oportunidades de aprendizaje que no ocurren en el aula -o no de la misma manera-, convirtiéndose en un gran complemento a la sala de clases. Así, la mayor disponibilidad de espacio fomenta el movimiento y la participación en juegos y dinámicas motrices más activas, potenciando la actividad física y los aprendizajes sobre las capacidades y vínculo con el propio cuerpo.
Por otro lado, los momentos de uso de los patios (recreos, espacios de juego libre, etc.) permiten la generación de dinámicas de socialización menos estructuradas, ofreciendo oportunidades para colaborar, liderar actividades o ponerse de acuerdo entre pares. Adicionalmente, las áreas verdes de los establecimientos educacionales permiten un mayor acercamiento a la naturaleza, fomentando la exploración de sus ciclos desde la experiencia, así como la participación en acciones para su cuidado y conservación.
Tal como establece el Ministerio de Educación en la Guía Criterios de Diseño para Proyectos de Ampliación, Reposición y Construcción Nueva (2020), "los patios (...) deben ser considerados como espacios donde se desarrolla el proceso educativo (...) deben constituir espacios para explorar y subvertir, funcionando como escenarios de aprendizaje. El juego y el ocio cumplen un rol central en el desarrollo de los alumnos".
Sin embargo, desde la experiencia de Mi Parque, los patios suelen quedar como espacios secundarios a la hora de invertir en infraestructura educativa. En este sentido, vemos patios donde el pavimento y la tierra sin vegetación son los protagonistas; espacios rasos parecidos unos con otros, que no incorporan el carácter particular que tiene cada comunidad y proyecto educativo, así como cada contexto sociocultural. En el caso de los colegios, además, la cancha suele ocupar el centro del espacio, lo cual genera importantes dinámicas de exclusión. Por ende, estamos perdiendo un escenario excepcional para la promoción de una amplitud de aprendizajes de niñas, niños y adolescentes, inclusive aquellos relacionados con las Competencias para el Siglo XXI, como la colaboración, la ciudadanía o la responsabilidad social.
Ante este escenario, es esencial invertir en los patios para que sean efectivamente espacios relevantes y apropiados para el aprendizaje. No obstante, esta inversión no puede realizarse a partir de criterios centralizados y homogéneos. La mejora y/o construcción de estos espacios debe generarse a partir de procesos participativos de diagnóstico, diseño, construcción y activación de los patios, donde dialoguen las características, necesidades y anhelos de cada comunidad educativa con los conocimientos técnicos de equipos expertos en arquitectura y paisajismo.
Los procesos de co-construcción donde la comunidad educativa sea protagonista de la transformación de sus propios patios son la clave para generar espacios educativos al aire libre pertinentes, activos y sostenibles.
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