Durante la semana anterior, el Mineduc -en compañía del Presidente de la República- lanzó el Plan Nacional de Tutorías, cuyo despliegue se hace al alero del Plan de Reactivación Educativa, el cual busca desarrollar acciones en tres ejes: Convivencia y salud mental, Fortalecimiento de aprendizajes y Asistencia y revinculación.
El llamado del ministerio es conseguir 20 mil voluntarios que puedan ejecutar diversas acciones en estos tres ámbitos, destinando una hora de su semana para el encuentro con niños, niñas o jóvenes. Los requisitos para realizar esta labor son: ser mayor de edad, tener escolaridad completa, no contar con antecedentes y estar habilitado para trabajar con menores.
Si bien este plan tiene la buena intención de abordar diversas problemáticas que afectan al espacio escolar, sus comunidades y, en particular, a las y los estudiantes, pareciera que también emergen nuevas preguntas y dilemas, esta vez externalizadas de la escuela o liceo. En primer lugar, preocupa la supervisión de funcionamiento de estos miles de voluntarios que se buscan captar, ¿cómo se maneja el encuentro entre adultos -no docentes- y personas menores?
Si bien hay una preocupación por antecedentes de delitos o del trabajo con menores, resulta complejo supervisar el encuentro y trabajo entres los voluntarios y los niños, niñas, jóvenes participantes, esto sin desarrollar el argumento del Colegio de Profesores respecto a la relevancia de que estos voluntarios no necesariamente serán pedagogos. ¿Tendrán estos voluntarios herramientas para el trabajo con este público? ¿Podrán mitigar las problemáticas de convivencia, violencia y de aprendizaje que hoy aparecen con fuerza en las escuelas? ¿Nos asegura el término de la escolaridad que los voluntarios puedan hacer un desarrollo óptimo de distintas tareas que son fundamentales en las escuelas de la post-pandemia?
Otra asunto que aparece es ¿cuál es la participación de los y las profesoras del sistema escolar en este asunto? ¿Cómo retomar un efectivo trabajo y desarrollo curricular después de los dos años de encierro y pandemia? ¿Cómo esto último se realiza a partir del trabajo con 20 mil voluntarios que no necesariamente están cerca del lenguaje técnico-pedagógico?
Pareciera que en este camino nuevamente dejamos de ver a la escuela como un espacio genuino y válido para producir diagnósticos, conocimiento y soluciones respecto a las propias problemáticas que se ven en los estudiantes. De allí que emerja desde el Magisterio impulsar reforzamientos presenciales con docentes y evitar reproducir la mirada de que el espacio escolar es más bien un espacio técnico de ejecución de labores.
Distinto es lo que se venía haciendo con el programa de tutores, del que formamos parte desde la Universidad Finis Terrae. Este programa está destinado a los estudiantes de pedagogía, quienes en el contexto de sus prácticas son acompañados por los académicos de la universidad y existe mayor coordinación con los establecimientos y docentes de los escolares a quienes se les realizan las tutorías.
Finalmente, hay que recordar en este diagnóstico y buena intención de solucionar brechas que éstas no son efecto propio de la pandemia, sino que buscamos solucionar una desigualdad en aprendizajes que se viene arrastrando por varias décadas y que ha sido agudizada por el contexto de encierro de niños, niñas y jóvenes. En esa línea, preocupa que este no sea otro saludo más "a la bandera" de la desigualdad en educación, que además esta vez tiene aristas adicionales: los problemas de violencia, convivencia y emociones que la pandemia también desarrolló en los y las estudiantes. De momento, tenemos más preguntas que soluciones.
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