¿Por qué el acoso escolar?

De enero de 2020 a diciembre de 2021, un Estudio anual de la ONG internacional Bullying Sin Fronteras detectó un aumento de 40% en las denuncias por maltratos físicos y psicológicos en colegios públicos y privados. De 3.760 casos, se pasó a 5.934.

Junto con otras situaciones, donde la violencia adquiere notoriedad y no sólo protagonizadas por jóvenes, es que más bien se puede establecer que estamos en presencia de un síntoma social. No es algo excepcional que esto ocurra. Este exceso parece ser una norma.
No debemos olvidar que, a veces, la violencia es un síntoma que nos habla de cierto fracaso. De una expectativa, real o ilusoria que se ha quedado a medio camino. Lo que antecede a la violencia siempre es un tipo de frustración. El síntoma, desde el punto de vista psíquico, es algo que tiene que llamarnos a interpretar y descifrar.

Este tipo de violencia implica una relación que, en muchos casos, repite situaciones que el propio sujeto ha vivido pasivamente. Es lo que el psicoanálisis considera como uno de nuestros mecanismos de defensa: el desarrollo de una conducta activa, de aquello que hemos padecido pasivamente. Por eso, es habitual, en el acoso escolar, encontrar, en el que abusa, alguna huellas pasadas en ese sentido.
El problema es necesario asumirlo de manera integral, y como un riesgo siempre presente en la convivencia en liceos y escuelas.

El acoso escolar -o bullying- se caracteriza por el abuso a determinados a niños y jóvenes, que son escogidos como chivos expiatorios para acciones de atropello de todo tipo, principalmente psicológicos, que dañan gravemente la integridad de los afectados. Pero las maneras de enfrentarlo no deben ir en la misma dirección. Es decir, elegir ahora chivos expiatorios como exclusivos responsables y culpables. Cómo tampoco pensar que las agresiones son solamente un problema juvenil. Sabemos que el rol social que cumplen los chivos expiatorios, es diluir nuestra propia responsabilidad, depositándola exclusivamente en otro.

El acoso escolar no es una situación excepcional en colegios y escuelas, ni tampoco una situación privada que se establece sólo entre un victimario y una víctima. Es una escena donde no sólo hay victimarios y víctimas. También hay espectadores o testigos. El abusador actúa para ellos, Sin espectadores mudos o atemorizados aquel no puede actuar, ni le interesa. Junto a ellos, además suelen haber adultos que minimizan estas situaciones. Sin estos los victimarios no actúan. Es toda la comunidad la que está comprometida.

El agresor necesita un castigo proporcional. Pero también es necesario una reacción para los espectadores: alumnos o adultos, que presencian pasivamente la escena del abuso. Su intervención o la comprensión de su calidad de testigos pasivos, como algo también buscado por aquel que abusa, puede ayudar a comprender el rol que cumplen y ayudar a desincentivar eficazmente esa violencia.

Las causas serán siempre variadas y singulares. Algunas estructurales, con otras propias de las historias familiares y la propia convivencia escolar. Pero donde víctima y victimarios en edad escolar comparten situaciones de angustia. Así, por ejemplo, el abusador descarga su angustia en su víctima.

Los colegios y padres no siempre advierten este tipo de situaciones. Cuando los niños y jóvenes son consultados, siempre tienen referencias de experiencias vividas o presenciadas: patios y baños de los colegios, suelen ser los lugares más habituales. Y ahora se suman a través de los medios digitales.

La respuesta a tiempo es urgente. La falta de reacción tiende a reforzar esta dinámica y los roles en juego. El acosador refuerza su narcisismo precario, por un grupo que lo celebre o que calla por temor. Y la víctima cada vez encuentra menos salida, lo que origina, a veces, ocasiones dramáticas. Por lo cual, se deben tener medidas de forma permanente y no sólo reactivas; como el establecimiento de programas preventivos y de sensibilización para toda la comunidad escolar, reforzando el rol que pueden cumplir los espectadores o testigos mudos, así como el contar con prácticas colaborativas de intervención social.

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