La semana pasada, Unesco y la Fundación SM realizaron el seminario "Reimaginar juntos nuestros futuros: un nuevo contrato social por la educación", con el propósito de reflexionar sobre los desafíos y oportunidades que se abren para el sector en el siglo XXI. En esta ocasión, entre otros invitados, expuso el ministro de Educación, profesor Marco Antonio Ávila, anticipando políticas importantes de analizar.
Primeramente, se explayó sobre el cambio paradigmático que había señalado en presentaciones anteriores, explicando que se debe traducir en acciones que transformarán la experiencia educativa para dar respuestas a los desafíos del siglo XXI, sustentadas en tres principios: la confianza, la colaboración y el acompañamiento del Estado al sistema escolar. En sus palabras, "durante mucho tiempo quienes han ejercido la autoridad desconocieron el papel y el valor que tienen los profesores y profesoras, y cuál es la transformación que ellos hacen. Lo que podemos decir tras la pandemia es que gracias a los profesores y profesoras es que el sistema educativo se mantuvo en pie".
Para lograr esta transformación educativa, el ministro señala un conjunto de medidas, entre ellas impulsar un currículum flexible y contextualizado para los aprendizajes del siglo XXI. En función a ello, anunció la realización de un congreso pedagógico con foco en la discusión del currículum escolar para recoger las experiencias, especialmente a través de innovaciones educativas con la intención de mantener un currículum priorizado los próximos tres años hasta el cambio correspondiente.
Qué grato escuchar a un ministro de Educación hablar de currículum, instancia donde se define el quehacer central pedagógico, es decir lo que se aspira, lo que se anula, lo que se oculta. Los profesores llevamos muchos años tratando de que el Mineduc se pronuncie sobre estos aspectos, teniendo claro que la selección cultural que implica todo currículo, necesita ser revisada acorde a los tiempos, los contextos, las necesidades y las fortalezas de nuestra sociedad y de las diversas comunidades que la conforman. Cuántas veces hicimos ver que la visión homogeneizante y academicista no era lo mejor para nuestros maravillosos y variados estudiantes, porque era muy sectorial y conducente a la competencia y no al desarrollo humano.
Los tiempos actuales, con las consecuencias del Covid-19, los conflictos, la pérdida valórica y de referentes y el cambio climático, entre otros, nos han dado una bofetada de sentido de realidad; refleja el estudio de Unesco (2020) sobre el contenido de los currículos en Latinoamérica. Allí se detectó que había conceptos que casi no aparecían en ellos: fraternidad (5%), felicidad (16%), conocimiento del mundo (37%) y empatía (42%); es decir lo que se necesita para el desarrollo humano y el cuidado de nuestro planeta tan dañado.
Por tanto, se fundamenta el cambio de paradigma y la reconstrucción de los currículos educacionales que impulsa el ministro en el camino de aportar al bienestar integral de todos y a una felicidad personal responsable, a lo cual la institución "escuela" no debe temer. Ya hay muchas experiencias que están abriendo camino en este aspecto, incluso impulsadas por el Dalai Lama y por algunos de nuestros grandes, como Claudio Naranjo, Humberto Maturana o Viola Soto, quienes partieron sin ver la acogida a sus llamados.
Para que Chile realmente cambie tiene que empezar por la educación de las nuevas generaciones, y aplicar todo lo que hemos aprendido en esta difícil etapa y lo que nuevos estudios están entregando. No más de lo mismo, sino una propuesta flexible, basada en el desarrollo sostenible y humano que hoy requerimos. Eso es lo que hay que priorizar.
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