No es ninguna novedad mencionar los variados y complejos problemas que enfrentamos como humanidad. Los hemos señalado reiteradamente en anteriores columnas: pérdida de referentes, pandemia, guerras, consecuencias derivadas del cambio climático, crisis económica, social y por tanto educativa. Esta situación requiere de un cambio urgente, una formación más amplia, profunda, coherente y consistente que la que se realiza a través del sistema educativo.
La educación, en su macro sentido, es una labor social para la cual no necesariamente se necesita ser un profesional de la educación, lo que implica diversos considerandos importantes a tener presente en este mundo actual; por una parte, expresa que todos somos o deberíamos ser, educadores y aprendientes en su sentido más amplio, lo que nos permitiría avanzar mucho más allá de lo restringido que habitualmente señalan las mallas curriculares y los programas educativos oficiales.
Ello implica favorecer más vínculos con la vida cotidiana y planetaria, los sentidos de las personas, los constantes y reales cambios que enfrentamos. Por otra parte, nos abriría los escenarios de la educación, muchas veces tan reducidos a las aulas, limitados física y simbólicamente, incluso los aprendizajes que se realizan a través de los medios tecnológicos que maravillosamente nos llevan a espacios lejanos, geográfica y temporales que las nuevas generaciones los usan fácilmente; hagamos referencia a los espacios de desarrollo personales, espirituales, familiares y comunitarios, que tienen tanto que entregar. Ellos poseen la sabiduría de la vida, de las personas y sus culturas y de la naturaleza, los que hay que relevar y valorar. Por tanto, hacemos alusión a aquel tipo de educación que técnicamente se ha denominado "educación informal o refleja", pero que es fundamental intencionarla selectivamente con generosidad y sin romper la maravilla de su simpleza y profundidad. En estos complejos tiempos que estamos viviendo, requerimos que la sociedad entera -partiendo por la familia- asuma o reasuma su rol formativo, que enriquecerá no solamente al aprendiente, sino también al "enseñante" y viceversa.
Nuestras complejas y variadas sociedades han ido creando a lo largo del paso de los tiempos todo tipo de instituciones, docentes y procedimientos especializados para poder responder a las múltiples necesidades educativas de la vida humana, y así cumplir cada nueva generación con las funciones personales y sociales que deben desempeñar. A ellas, se les han agregado muchas más, las que en la mayoría de casos, son más bien labores que deberían realizar la familia y la comunidad como la formación afectiva, valórica, espiritual y social.
Pero parece que estamos demasiados ocupados para dedicar nuestros tiempos a niños, niñas y jóvenes, como lo reflejan las noticias diarias, mostrando sus problemas de falta de afecto, de prácticas de convivencia, de ciudadanía, y de respeto a los muchos "otros" y su lamentable expresión en manifestaciones de violencia de todo tipo.
El llamado a educar formativamente es para todas las personas e instituciones, para apoyar que realicen su doble rol: ser enseñantes eternos de las bases de lo que es ser humano, empleando todo lo que tenemos en nuestros entornos, y a la vez aprendiendo de otros, incluso de los propios "aprendientes", ya que el enseñar y aprender es un talento humano presente en todos.
¡Bienvenidas todas y todos al amplio y maravilloso campo de la educación! Nuestras sociedades para avanzar, los necesitan.
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