Cuando aún no se silencian los ecos sobre los resultados de la última prueb Simce, falta abordar cómo esta medición estándar ha develado una reducción de la capacidad de representar la realidad por parte de los niños chilenos. Cuando se registra una baja en el lenguaje y a la vez en matemáticas que para ciertos efectos es también un lenguaje, se está en presencia de una señal de que la habilidad para modelar el entorno y por ende para controlarlo, ha sido lesionada.
Los seres humanos para reducir la brecha entre el estado actual del entorno y el estado deseado hemos desarrollado distintas herramientas entendidas estas como artefactos que amplifican nuestras capacidades ya sea físicas y/o intelectuales. Si se pudieran clasificar estas herramientas, encontramos el conjunto de las efectoras tales como los martillos, retroexcavadoras, micrófonos, cañones y todas aquellas destinadas a generar cambios en el exterior. También encontramos a las herramientas sensoriales, tales como lupas, telescopios, parlantes y todas aquellas concebidas para registrar los cambios en el exterior. Finalmente tenemos el conjunto de las herramientas procesuales, tales como los ábacos, calculadoras y computadoras que nos permiten gestionar la información desde el exterior.
Si bien estos tres conjuntos de herramientas descansan mayoritariamente sobre soportes físicos consideradas como hardware, dentro de las procesuales algunas de ellas son asumidas como software. Se trata de los lenguajes que inequívocamente son herramientas, por tratarse de arreglos intencionados en nuestro organismo para que éste interactúe de mejor manera ante el entorno.
En este contexto, cualquier ser humano debe ser capaz de manejar tres lenguajes. Primero la lengua madre, aquella del hogar y de la comunidad cercana donde creció y con cuáles realiza sus más estrechos contactos que en la mayoría de los chilenos es el idioma español. Luego, el lenguaje del mundo en el cual le tocó habitar que desde la Segunda Guerra Mundial es para nuestro planeta el idioma inglés. Finalmente, el lenguaje del universo en el cual le corresponde vivir, que siempre ha sido el de las matemáticas. Pues bien, el dominio de dos de estos tres lenguajes son los explícitamente medidos en la prueba Simce y es donde se obtuvieron resultados insatisfactorios.
Ocurre que un débil desempeño en la asignatura de Lenguaje y Comunicación, y a la vez en la asignatura de Matemáticas, indica que es probable que el estudiante tenga algún tropiezo en la operación de abstracción; es decir, en el proceso de encarar la complejidad. En otras palabras: si esos resultados no mejoran se pronostica que a futuro tales personas tengan dificultades al desenmarañar el siempre multivariado escenario que se presenta para todo propósito.
En efecto, lo que en la práctica hace la asignatura de Lenguaje y Comunicación, en conjunto con la asignatura de Matemáticas, es preparar a los estudiantes para que realicen modelos simplificados de realidades inexorablemente complejas, ponderando las importancias relativas de las variables que las explican. Así entonces de esas realidades considerar únicamente las variables relevantes y postergar las que carecen de importancia.
Lo que de esa operación se consigue se denomina modelo y en diversos ámbitos es definido como la representación simplificada de alguna realidad para un propósito definido en un escenario dado. A este respecto se advierte que los seres humanos en todo quehacer realizamos modelos; es más, no existe actividad de satisfactorio rendimiento carente de buenos modelos por cuanto siempre estamos evitando la complejidad que nos abruma.
Pero, ¿qué es un buen modelo? Para responder a esta pregunta hay que hacer un gesto recursivo y recurrir a la lingüística identificando ahí tres cualidades. En primer lugar, todo modelo debe tener una sintaxis; es decir, una coherencia e integridad que permita comprenderse por sí solo. En segundo lugar, todo modelo debe tener semántica; es decir, una correspondencia con el fenómeno que se quiere comprender. Y finalmente debe tener una praxis; es decir, que sirva para actuar en lo que se quiere intervenir.
Pues bien, para construir modelos que cumplan simultáneamente sintaxis, semántica y praxis se requiere de los contenidos aportados por la asignatura de Lenguaje y Comunicación y por la asignatura de Matemáticas. En efecto, tomar distintas palabras para ensamblarlas armónicamente en una oración y disponer distintos números en un lado para hacer que la suma de ellos coincida con lo que está al otro lado, son algunas muestras de ello. Es más, expresiones como "qué quiere decir esto" o "eso a cuánto equivale" son cuestiones que en ambas asignaturas se abordan y que inequívocamente entrenan a los estudiantes en el modelamiento.
Un modelamiento que no solo permitirá sobrevivir ante apremios cuando por ejemplo nos enfrentamos a un automóvil que no respeta nuestro paso peatonal y donde rápidamente interesa estimar el vector de la velocidad para esquivarlo; sino ante otras situaciones que merecen de equidad donde el símbolo matemático de igualdad es más que un símbolo.
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