En agosto comenzó el proceso de admisión para la educación en el sistema chileno SAE. Este surgió a raíz de la ley de Inclusión (2015), la cual busca un acceso a la educación de calidad en planteles que reciban la subvención del Estado. La aceptación de la vacante se realiza a través de un algoritmo que prioriza categorizaciones como el tener hermanos en el mismo establecimiento, distancia de recorridos, ser hijo de funcionarios del mismo y las preferencias declaradas por las familias. La aspiración del SAE es terminar con lo que implicaba una selectividad social y que se confundiera calidad educativa con el efecto "cuna" de los alumnos con más capital cultural.
El SAE comienza en 2016, finalizando su implementación el 2019, y se esperaba con este acceso universal a la democratización de la educación, una mejora educativa real, eliminación de las pruebas de ingreso y el término de largas filas, parecidas en la extensión de ríos como Maulín, Petrohué o Puelo, asemejando la fuerza del agua a un raudal de apoderados en búsqueda de un cupo en un arroyo que vaya con su estilo de nado y con su corriente, para nadar con ella y nunca en contra, fluyendo en este buceo educativo, caudal contenedor de parabienes para los estudiantes.
Lo cierto es que en abril de este año, según el Mineduc, existían 880 estudiantes sin matrícula, claramente una red de precariedad, ya que no pueden existir infantes sin escuela que los guíe, no debería encontrarse un niño sin colegio, no puede hallarse un adolescente sin plantel educativo, no podemos permitirnos un solo menor sin educación. Para que una sociedad crezca, debe robustecer su educación de calidad integral, nutrirse de planes y programas que hagan desplegar las potencialidades de los estudiantes, ser inclusivos con las necesidades educativas, velar por el desarrollo profesional de sus docentes, alimentar esta gran máquina quimera del aprendizaje virtuoso.
Pero antes de postular (y con la esperanza que el sistema albergue a todas y todos) lea el proyecto educativo, interiorícese en el siempre poco considerado reglamento interno de convivencia escolar (RICE) -que es el que conducirá como estero de escolaridad hasta la desembocadura del mar del egreso estudiantil-, sumérjase en sus protocolo y en su perfil de egreso, para encontrar el mejor curso de este torrente, conozca los valores expuestos por los colegios, que el agua dulce que los caracteriza no se obstruya ni se salinice por los minerales propios de la retención y estancamiento.
Ojalá que el SAE dé respuestas y vacantes, y que las ofertas académicas sean tan variadas como peces en el mar, esperando llegar a contener no desde el acuario de las creencias, sino desde el océano ilimitado de la amabilidad y el aprendizaje a toda la infancia que bracea hacia su propio mar de formación.
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