Las problemáticas del fenómeno educativo hoy en día son múltiples, sin embargo, las acciones de violencia en escuelas y liceos en Chile han complejizado la tarea docente, los espacios de socialización y el normal funcionamiento de distintos procesos de enseñanza-aprendizaje. Sobre todo, si a esto le sumamos el período de encierro que a momentos pareciera esconderse debajo de una alfombra.
Las dinámicas de violencia institucional, generacional e intergeneracional entre los actores de escuelas y liceos han sido noticia durante los últimos años. Sin embargo, las soluciones han estado centradas en más control por parte del mundo adulto, salvo algunos destellos de preocupación por lo que se ha denominado como educación emocional. Así, algunas preguntas pertinentes para problematizar el asunto de la violencia apuntan a ¿cómo se están configurando las relaciones de autoridad y poder en el espacio educativo? ¿Cuáles son las características generacionales de niños/as y jóvenes de hoy? ¿Cómo participan en el espacio social? ¿Cuáles son sus gustos? ¿Qué ven en sus profesores y figuras mayores?
Si bien la escuela ha sido caracterizada históricamente como un espacio donde se ejercen asimetrías de poder y control, se comienza a develar el declive de la institución, donde han decaído sin retorno las visiones y valores que sustentan estas jerarquías. Esto, a su vez, responde a varios factores y no sólo al cambio de época. Muestra de ello son las dificultades para mantener una autoridad, como la que -por ejemplo- conocieron e incorporaron nuestros padres, madres o abuelos/as. También se suma a esta lista el crecimiento de una autonomía por parte de los estudiantes, quienes hoy en día tienen mayor espacio y poder de decisión respecto a su educación, donde resalta la cuestión de las culturas juveniles y la expansión de la educación superior.
Finalmente, a esta problemática se integra el desafío por la igualdad de oportunidades, donde la escuela toma el rol central en las denuncias por el fracaso de la movilidad social o del acceso a una educación de calidad.
Ejemplos de violencia hay múltiples y los hemos visto en el último tiempo: ataques directos a docentes, quema de buses de transporte público, violencia (física, verbal, psicológica) de fuerzas policiales contra niños/as y jóvenes, entre otras acciones. Todas ellas son evidencia de la emergencia para un cambio en las formas de construir relaciones dentro del espacio escolar. Esto, además, implica considerar varias investigaciones en donde se destacan discursos de estudiantes requiriendo: mayor horizontalidad en las relaciones de autoridad y poder, más espacios de decisión real sin simulacros de participación y mayor injerencia en los proyectos educativos y formas de evaluación de sus procesos de aprendizaje.
El declive de la institución está a la vista, y con ella se derrumban también los valores y las formas de autoridad y poder que la escuela tradicional ha solventado sagradamente. Lo que los jóvenes han revelado en distintas investigaciones apunta a nuevas relaciones de confianza, cercanía y acuerdos. Sin este trabajo intergeneracional entre adultos-niños/as y jóvenes, será difícil salir de la encrucijada de violencia, porque hasta hoy no hay contenido curricular que lo promueva, ni tampoco una política de Estado que busque erradicar los simulacros de democracia y participación. Sacar la violencia de las escuelas significará, entonces, un esfuerzo colectivo, donde se unan voces institucionales e intergeneracionales, y se integren varios lentes para observar el problema: educación emocional, trabajo con escuelas (con todos los actores educativos) y formación docente inicial y continua que aborde estos temas de violencia, hasta ahora ausentes.
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