Tiene pena. Bajo los escombros asoman los restos carbonizados de lo que fue su pupitre. Su patio aún con olor a humo y agua, allí donde jugaba a la pichanga de esas en que se corre harto, porque los jugadores son pocos. La pieza que oficiaba de biblioteca es el lugar donde se apilan los restos de los libros que encendieron su imaginación en tercero básico. Ha comenzado la limpieza y parece llevarse los frágiles recuerdos en un duelo que necesita ser contenido. Su historia, su breve espacio de alegría lo arrebató el fuego. Hay que empezar de nuevo. De mano de su abuelita recorre incrédulo lo que está viviendo, se aferra con temor y siente angustia.
Como él, otros niños en las zonas afectadas por los incendios comenzarán el año escolar de una manera distinta. En algunos casos la infraestructura alcanzará a reponerse oportunamente, en otros será más difícil. Sin embargo, lo que marcará este tiempo para ellos es la capacidad de ser protegidos, no solo con un techo, sino con afecto, con una comunidad consciente de las necesidades que enfrentan en medio de la crisis. Según un informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), aproximadamente el 20% de los niños en Chile tienen algún tipo de problema de salud mental, como depresión, ansiedad o trastornos del comportamiento en datos previos -incluso- a la pandemia.
Es por ello, por lo que en una situación de crisis como la experimentada en las regiones afectadas por los incendios, se hace pertinente reforzar con urgencia los dispositivos de salud mental y de prevención social. La ley de protección integral a la Niñez establece mecanismos de priorización en situaciones de catástrofe que permiten que se activen estos dispositivos mediante la reasignación de recursos públicos necesarios para cubrir la brecha emergente. Asimismo, la ley ha establecido la instalación de oficinas locales que fortalezcan el rol preventivo del Estado frente a los factores de riesgo que afectan a los niños en nuestro país. Es urgente que se instalen dichas oficinas locales con la oferta completa y de calidad que requieren para abordar esta y otras necesidades de la niñez que hoy se encuentra extraordinariamente vulnerable frente a la realidad que ha evidenciado esta Emergencia. La sociedad civil ha impulsado modelos preventivos con evidencia que pueden contribuir a dotar de las capacidades necesarias y se requiere un profundo diálogo con la autoridad que lidere este proceso.
La reconstrucción no debe invisibilizar los dolores y miedos de los niños, los caminos, muros y viviendas son solo parte de la historia que hay que volver a levantar. Porque si lo logramos, esas rutas las caminarán felices a sus colegios, sus familias levantarán hogares en sus casas y compartirán con su comunidad los recuerdos, pero también los sueños de un nuevo comienzo que transforme esta tragedia en Esperanza.
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