Experiencias comunitarias para repensar la gestión del riesgo

Cada 13 de octubre, el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres nos invita a pensar cómo aprendemos de los eventos que nos remecen literal y simbólicamente. Chile, un país donde los desastres son parte de la experiencia cotidiana, ha desarrollado no solo protocolos, sino también acciones técnicas para responder ante las emergencias. Sin embargo, esto exige la colaboración entre municipios, comunidades, espacios de pedagogía e intercambio de conocimientos, para generar aprendizajes colectivos y construcción de vínculos.

Durante 2025, en colaboración con las municipalidades de Pudahuel y San Antonio, el Programa Riesgo Sísmico de la Universidad de Chile ha desarrollado experiencias intergeneracionales que apuntan al fortalecimiento de esas estrategias. En ambas comunas han participado personas mayores, jóvenes, funcionarios públicos e investigadores. El punto de partida ha sido la memoria, llevándoles a recordar cómo vivieron los terremotos de 1985 y 2010 y qué aprendizajes les han dejado en el presente.

En Pudahuel, el proyecto "Cronistas de la historia" invitó a estudiantes de 7° y 8° básico a realizar entrevistas a mujeres adultas mayores de la comuna. Las y los jóvenes se convirtieron en reporteros de la memoria, escuchando y comprendiendo relatos sobre cómo sus comunidades enfrentaron los desastres. En San Antonio, las jornadas "Recordar, aprender y proyectar resiliencia" combinaron recorridos por lugares significativos y con prácticas artísticas colectivas. En esos espacios la memoria se transformó en un ejercicio de observación crítica y en una herramienta para imaginar futuros más seguros y comunitarios.

En ambos casos, la gestión del riesgo no se entendió solo como una tarea técnica o institucional, sino como un proceso transdisciplinario, es decir, un encuentro entre la academia, las instituciones locales y las comunidades. Cada una aportó algo diferente: las municipalidades ofrecieron su conocimiento del territorio y su capacidad de convocatoria; las comunidades, su experiencia cotidiana de habitar la comuna y su memoria viva, y la academia aportó las metodologías para articular esos conocimientos y saberes.

Esta unión permitió generar espacios de aprendizaje colectivo donde la ciencia dialogó con las memorias sociales, permitiendo que la transdisciplinariedad se haga presente como una práctica que reconoce que la reducción del riesgo de desastres requiere tanto de datos y protocolos, como de historias, vínculos y afectos.

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