En estos meses de crisis sanitaria han proliferado las medidas asociadas al “cumplimiento de requisitos”. Es decir, no consideran a toda la población, sino que apuntan a determinados grupos o comunas, que deben cumplir diversas condiciones que les hacen sujetos de una u otra restricción o de uno u otro beneficio.
En la base de esta manera de comprender la realidad y las políticas públicas está la segmentación, la segregación, la discriminación. La idea de “unos sí, otros no”, aplicada a todo orden de cosas, debería ser objeto de revisión, pues sus implicancias son significativas.
No es que no se deba diversificar la oferta pública para responder a una sociedad heterogénea. De hecho, se debe avanzar en una oferta más pertinente a las cada vez más diversas realidades y problemáticas de la población. Pero la pertinencia y la eficiencia no deberían suponer necesariamente la delimitación integración/exclusión. Veamos dos ejemplos de índole muy diferente.
Por una parte, ante la expansión del coronavirus entre la población, desde las autoridades se propuso una estrategia de cuarentenas selectivas o dinámicas, según la cual las comunas iban entrando en cuarentena según algunos requisitos. Algunos dijeron, con buenos motivos, ¿por qué no una cuarentena total? (como muchos países habían adoptado).
Tras el aumento crítico de contagios, se tuvo que avanzar hacia una cuarentena para todo el Gran Santiago. Después, se propuso un plan de desconfinamiento parcial, según el cual, nuevamente, las comunas van abandonando las restricciones de movilidad, dependiendo del cumplimiento de algunos requisitos. Se entendía a las comunas y sus habitantes desconectados del resto de comunas y de la ciudad como conjunto.
Hace algunas semanas, en el marco de un seminario junto a Ricardo Truffello (Observatorio de Ciudades UC) y Ana María Álvarez (CISJU-UCSH), revisábamos datos sobre segregación urbana, diferencias de calidad de vida entre comunas, movilidad (con unos pocos que trabajan cerca de donde viven y muchos que trabajan lejos), distribución y tipo de los empleos y la posibilidad real de teletrabajo (y de tele-educación habría que añadir), los tiempos en transporte y la factibilidad del cumplimiento de las medidas de restricción.
La conclusión era que había que comprender a las ciudades desde una mirada multidimensional y compleja, poniendo en juego diversas miradas e “imaginaciones”; con una panorámica de conjunto, en interacción.
Por otra parte, la crisis económica asociada a la pandemia nos recordó una vez más, de modo dramático, que en Chile no existe la seguridad o la protección social. La situación empujó a que se ejecutaran distintas medidas, nuevamente, dirigidas a grupos o sectores determinados: cajas de mercadería para los hogares “más vulnerables”; un Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), seguido de un IFE 2.0, para quienes cumplan con determinados requisitos; un bono “clase media” para quienes demuestren que, dados ciertos criterios, son justos y legítimos receptores… Algunos dijeron, con razón, ¿por qué no una renta básica universal?
El sentido de pertenencia a una comunidad, el reconocimiento de derechos universales, la igualdad de derechos, la solidaridad, la cohesión social, son más valiosos que una deseada eficiencia en el gasto, que probablemente tampoco sea eficiente, al diseñar una arquitectura programática compleja que apunte a no fallar en llegar al 80% inferior; quizás es mejor lo universal, errar con el 20% superior y establecer mecanismos redistributivos por otras vías, o una reactivación de la economía riesgosa, al abrir comunas que no son espacios autocontenidos (la reactivación sí es necesaria, pero de un modo que la haga sostenible, con más personas sanas).
La pandemia nos va dejando muchas lecciones, y una de ellas es la de revisar los enfoques de la focalización y de las interrelaciones territoriales.
La focalización ha predominado en las políticas sociales y ha puesto un no siempre cierto criterio de eficiencia, por sobre uno de ciudadanía y de derechos sociales. La estigmatización, el asistencialismo, la erosión del tejido social deliberativo, son consecuencias estudiadas de este enfoque.
Las interrelaciones territoriales han sido muchas veces ignoradas, estableciendo límites rígidos en lugar de fronteras porosas; recortando mapas como islas, en vez de trazar flujos de interacciones que dibujan espacios sociales complejos. Poblados desatendidos por su ubicación en los límites regionales, zonas urbanas abandonadas por su localización en los lindes comunales, o dispersión de los contagios pese al confinamiento de algunas comunas, son efectos de ello.
Personas, comunas e ideas están interconectadas, y los enfoques basados en criterios de exclusión no ayudan a la cohesión social, tan importante para el bienestar de las sociedades.
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