El colibrí

Su apellido estaba en el número 9 de la lista del 3° básico A, Fernández Reyes, su nombre Miguel, y desde los 2 años vive sólo con su mamá, una gata, una tortuga y un colibrí que los visita, revolviendo sus luminosas alas en la ventana.

La mamá le dice que el colibrí es todos los que amaron que ya no están, el abuelo que falleció hace unos años -de tanto trabajar en la construcción sus pulmones se llenaron de asbesto-, y ya no pudo jugar más, ni llevarlo en bicicleta, dejó de respirar entre sueños, y ya nunca más despertó. El colibrí es su papá; que no alcanzó a conocer, pero tiene una foto en su pieza que suele mirar para encontrarse en él, a veces imagina que está y le dibuja paisajes coloridos y veraniegos. El colibrí también es la Coté, una amiga muy querida de la mamá que murió de cáncer unos años atrás, y que le suele contar historias de cuando estudiaban juntas y sin haberla visto jamás, se la puede imaginar de forma clara, casi palpable.

¿Y por qué un colibrí? Por una bella leyenda de origen maya, que cuenta que esta ave era la encomendada de los dioses para llevar los pensamientos de buenos deseos y amor, de las personas que ya no están. Esta pequeña ave que no sobrepasa los 10 centímetros, con tan sólo 4 gramos de peso, 1.200 latidos por minutos y una vida de 4 años.

Dentro de la belleza y particularidades de los colibrí está que son las únicas aves que pueden volar hacia atrás, pueden ver más colores que los seres humanos -ya que las aves tienen visión tetracromática-, son las más pequeñas de todas, y para algunos las más majestuosas. Son capaces de producir el cambio del paisaje para los que creen en esta tradición fabulesca, inspirada en el sentir más profundo que es el recordar, (palabra proviene del latín re cordari, que significa; "volver a pasar por el corazón"). Es portadora de las buenaventuras de las personas que nos quisieron y nos visitan entregando este querer eterno, perpetuo, infinito e inmortal.

Y a la vez, la belleza efímera y fugaz. La leyenda del colibrí ayuda a explicar la muerte a los niños; ésta debe ser de forma clara, honesta, hablarla es rememorar que es inevitable y a veces inesperada y que justamente por lo ineludible e insoslayable de la expiración es necesario saber contarlo, saber decirlo, saber sentirlo.

Cuando alguien que queremos y amamos, fenece, buscamos muchas veces perpetuar los recuerdos, los sentires, los momentos vívidos, la voz, la sonrisa, la mirada. Nos transportamos a esos instantes que nos parecen mágicos, tan ricos de todo lo que necesitamos, pero que sólo habitan en nuestros deseos, evocando felicidades pasadas que nos regalamos en presente.

Los niños y niñas deben saber que es el perecer, la infancia no debe estar ajena a lo ineludible de la vida, pero hay que saber guiarlo, saber estar, saber acompañar, mitigar dolores a través de cuentos, leyendas, historias y tradiciones.

Miguel sabe que el colibrí es un ave, pero también sabe que cuando lo ve, siente que una sonrisa se le dibuja en el rostro.

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